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Algunos autores han confundido el pensamiento de Agustín con la filosofía de Platón, o más concretamente, de Plotinio. A veces, el léxico platónico empleado por Agustín para explicar verdades de fe, hace que los lectores superficiales asuman que está hablando de platonismo. [1]

Sin embargo, lo que en realidad está haciendo es teología sirviéndose de herramientas filosóficas, es decir, está relacionando fe y razón. Es teología porque su fuente es la Sagrada Escritura y la doctrina de otros cristianos, como san Ambrosio o Mario Victorino (eminencias que dejaron profunda huella en san Agustín). Vale aclarar, sin embargo, que a este razonamiento en tiempos de Agustín no se le llamaba «teología», para ellos, sigue siendo filosofía. El concepto de teología como lo conocemos hoy, vendrá después.

De manera que, para aproximarnos a una correcta interpretación de la doctrina de san Agustín sobre la Trinidad, es importante mencionar lo siguiente respecto a su obra De Trinitate:

En primer lugar, considerar que dicha obra le fue robada antes de que él quisiera publicarla, por lo cual no está precisamente acabada como él la hubiese querido. Aun así, es una obra magnífica pues la reflexión sobre la trinidad recorre toda la vida de Agustín, desde su conversión.

La obra está caracterizada por un abundante uso de la Sagrada Escritura, pero sirviéndose del lenguaje filosófico para intentar explicar el misterio trinitario. Es, por tanto, el culmen de un itinerario de fe y razón durante toda una vida.[2]

El objetivo del De Trinitate parece ser (de acuerdo con T. Van Bavel), la profundización de san Agustín en su propia fe.

Por lo tanto, para comprenderlo mejor, debemos partir de la premisa de que está intentando explicar su fe, que es la fe católica, y es nuestra misma fe. Asumiendo esto, podemos evitar interpretaciones que contradigan la fe católica, antes bien, el intento (fructuoso) de razonar dicha fe, pues recordemos el método teológico de Agustín: creo para entender, entiendo para creer.

La gran novedad que san Agustín aporta a la doctrina de la Trinidad, es lo que dice sobre el Espíritu Santo, de quién él consideraba que los pensadores cristianos no habían hablado lo suficiente.

De todo lo que ha dicho sobre la tercera persona de la Trinidad, la afirmación que me parece ser la más importante, es esta:

“que el Espíritu Santo es algo común al Padre y al Hijo, sea esto lo que sea”, y esto es “una comunión consustancial y coeterna”, a lo que llama “caridad” (amor) (Trin. 6,7).[3]

Decir que el Espíritu Santo es el amor del Padre y el Hijo, es una de las más interesantes aportaciones a las claves de interpretación de la Trinidad. 

Siendo nosotros imagen y semejanza de Dios, sean nuestras relaciones personales tales, pues, que nuestra comunión engendre el amor en todo lo que hacemos, y con todas las personas. Amén.


[1] «En resumen existe el tripotens (no usa la palabra trinidad) que es el Padre, principium sine principio, el Hijo, intellectus, sapientia y veritas, el Espíritu Santo, iuber. Ahora bien, respecto a lo que se dice del influjo platónico: por un lado, Agustín no confunde al Espíritu Santo con la Razón ordenadora de Plotino, no hay motivos para pensar esto cuando el apoyo escriturístico es evidente; por otro lado, si bien es cierto que aparece el ciclo tríadico neoplatónico: averti, converti, manere o exire, redire, habitare, éste no se aplica a toda la creación como ha pensado O. du Roy, sino al alma en su camino que va del alejamiento por causa del pecado hasta el retorno y la permanencia estable como don del Espíritu Santo» (Teología Trinitaria: El de Trinitate. Uniagustiniana, Agustinos Recoletos. Módulo III)

[2] Cf. “Teología Trinitaria: El de Trinitate”. Uniagustiniana, Agustinos Recoletos. Módulo III

[3] Cf. “Palabras de Y. Congar sobre la Pneumatología de Agustín” (Uniagustinana, Educación Virtual).