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El siguiente tema que me gustaría traer es el de las Llaves del Reino, uno de los fundamentos de la autoridad del Obispo de Roma.

Acerca de la Traditionis Custodes, me gustaría enfatizar la necesidad de que nuestros sacerdotes se preocupen por una celebración digna y venerable de los sagrados misterios.

El Novus Ordo se puede (y se debe) celebrar con belleza, con sentido de lo sagrado, con amor y respeto. La que Benedicto XVI llamó «forma extraordinaria» del Rito Latino, los católicos no la despreciamos, la valoramos y la amamos, como hermosa divina liturgia que es. Pero nos mantenemos en obediencia al Papa y esperamos que en un futuro no muy lejano, la severa medida cambie, por el bien de la unidad de la Iglesia.

Recordemos que el Papa no solo ha derogado la Summorum Pontificum, sino que también ha exigido que el Misal de Pablo VI se celebre con decoro y veneración, sin abusos litúrgicos, sin excentricidades, es decir, sin circo.

Además, nada tiene que ver la realidad de la pobreza material con el respeto a la liturgia. A veces, los que menos tienen, son los que más sentido de lo sagrado tienen y mayor amor y respeto reflejan a los misterios divinos.

A continuación, algunos ejemplos del Novus Ordo celebrado dignamente:

https://www.youtube.com/watch?v=GNZSyF8W-SQ
Misa de Hoy a través de EWTN
https://www.youtube.com/watch?v=g2ZrAb-HrDU
Misa del Domingo 18 de Julio – St. John Cantius (forma ordinaria)

Las llaves del reino

El tema de las llaves del Reino suele ser enigmático y, también, objeto de inspiración de numerosas obras de arte. Cuando Jesús instituye a Pedro como piedra le dice, además:

«A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos» 

(Mt 16,19)

Una interpretación popular es que estas “llaves del reino” son la mayordomía del evangelio que se abre a los gentiles y a los judíos en Pentecostés. Pero, en realidad, va más allá de eso.

Si bien Mateo presenta la entrega de las llaves como un privilegio personal a Simón Pedro, es también una función eclesiástica, pues el contexto de estas palabras se sitúa cuando Jesús habla de edificar la Iglesia.

Además, las “llaves del reino” hacen alusión al pasaje en el cual el profeta Isaías habla contra Sebná, el mayordomo y encargado del palacio del reino de Israel, diciéndole que Dios lo ha rechazado y será sustituido por Eliaquín.

«Aquel día llamaré a mi siervo Eliaquín, hijo de Jilquías. Le revestiré de tu túnica, con tu fajín le sujetaré, tu autoridad pondré en su mano, y será él un padre para los habitantes de Jerusalén y para la casa de Judá. Pondré la llave de la casa de David sobre su hombro; abrirá, y nadie cerrará, cerrará, y nadie abrirá»

(Is 22,19b-22)

La lectura de Isaías a la luz del Nuevo Testamento permite hacer una analogía entre el ministerio petrino y el ministerio del mayordomo del reino, de manera que se pueden atribuir a Pedro la autoridad, paternidad (curiosamente, Papa significa padre) y potestad de “abrir y cerrar” (atar y desatar). Además, el mayordomo es el segundo al mando en el Reino de Israel y, antiguamente, se le ponían unas llaves grandes sobre el hombro, que significaban la autoridad que el Rey le entregaba al mayordomo. 

«Tu autoridad pondré en su mano, y será él un padre para los habitantes de Jerusalén» 

(Is 22,21)

Por lo tanto, se puede afirmar que las llaves del reino son el poder de gobernar la casa de Dios, que es la Iglesia, columna y fundamento de la verdad (cf. 1 Tim 3,15).

Otro dato importante es que en el cargo de “mayordomo del rey”, había sucesores; de ahí que Lino, por decisión del mismo Pedro, le sucediera en el episcopado para mantener la unidad de la Iglesia (cf. “Contra los Herejes”, Libro III. San Ireneo de Lyon).

Así pues, Jesucristo, Rey de reyes, ha entregado las llaves del Reino a su mayordomo, Pedro, “el segundo al mando” o “representante” del Rey. Ahora tiene sentido que el sucesor de Pedro sea llamado Vicario de Cristo.

Fuente: J. R. Getsemaní F. R., «Y sobre esta Piedra: exégesis de Mt 16,18».