Continuando con esta serie de temas que quiero ir presentando, comparto con ustedes el siguiente tópico: la autoridad. Un tema escabroso que, sobre todo en la actualidad, nos cuesta aceptar.
Una aclaración importante que me gustaría hacer antes, acerca de la Traditionis Custodes y debido a una confusión que he observado, es que la celebración de la Misa en Latín no está suprimida. El Misal de Pablo VI puede ser utilizado en Latín y con todo el sentido de sacralidad y veneración que podamos. Es decir, el Misal de Pablo VI bien celebrado, no tiene porqué ser despreciado, y es una verdadero encuentro con lo divino, que permite la elevación del alma a Dios. Es la forma ordinaria del Rito Romano.
Por eso, sírvanos de consuelo las siguientes palabras del Papa Francisco de la carta que acompaña al Motu Proprio:
«Al mismo tiempo, os pido que procuréis que cada liturgia se celebre con decoro y fidelidad a los libros litúrgicos promulgados tras el Concilio Vaticano II, sin excentricidades que fácilmente degeneran en abusos. A esta fidelidad a las prescripciones del Misal y a los libros litúrgicos, en los que se refleja la reforma litúrgica deseada por el Concilio Vaticano II, sean educados los seminaristas y los nuevos presbíteros.»
CARTA DEL SANTO PADRE FRANCISCO A LOS OBISPOS DE TODO EL MUNDO PARA PRESENTAR EL MOTU PROPRIO«TRADITIONIS CUSTODES» SOBRE EL USO DE LA LITURGIA ROMANA ANTERIOR A LA REFORMA DE 1970
El reto será, tal vez, que los sacerdotes celebren el Novus Ordo con decoro, fidelidad a los libros litúrgicos, sin excentricidades ni abusos. En este sentido, ellos, los presbíteros, deben también sujetarse a la autoridad del Papa y de su obispo, y no creer que Traditionis Custodes es un permiso para seguir haciendo de la Liturgia un circo.
La autoridad petrina
Es interesante observar que Jesús, justo antes de que anunciase las tres negaciones de Pedro, le prometió que oraría por él y le pidió que confirmase en la fe a sus hermanos:
«¡Simón, Simón! Mira que Satanás ha solicitado el poder cribaros como trigo; pero yo he rogado por ti, para que tu fe no desfallezca. Y tú, cuando hayas vuelto, confirma a tus hermanos»
(Lc 22,31-32)
Esta es, pues, la misión del ministerio petrino: pastorear el rebaño, apacentar el pueblo de Dios y confirmarlo en la fe y la unidad.
Ahora bien, cuando Jesús se presenta ante Simón Pedro, luego que éste lo haya negado tres veces, le interroga, a su vez, tres veces acerca del amor que le profesaba a él. ¿Me quieres? ¿Me amas? ¿Me amas más que éstos? La respuesta de Pedro no vaciló en esta ocasión, ¡tú sabes que te amo! ¡tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero! Y así, aquél pescador de Galilea que, dominado por el miedo, había negado a Jesús delante de los hombres, ahora con un corazón firme y una fe inquebrantable, haciendo honor a su nuevo nombre, Roca, se levanta restituido por el amor de Cristo, con la triple afirmación de Jesús que marcarían su vida, y la de todos:
“Apacienta mis corderos; pastorea mis ovejas; apacienta mis ovejas”.
Para comprender mejor lo que Jesús estaba diciendo, es importante analizar el texto griego[1] del evangelista Juan, porque, la palabra que se traduce como “pastorea”, es “ποιμαινε” (poimaine), y ésta tiene un significado muy particular.
Aunque este pasaje ya fue analizado en el tema “vocación, profecía y realidad” (capítulo I, 2.1), lo que se quiere enfatizar ahora, es el cambio de verbos que hace Jesús:
«dice Jesús a Simón Pedro: Simón, hijo de Juan, ¿me quieres más que éstos? Le responde: Sí, Señor, tú sabes que te quiero. Jesús le dice: apacienta [βοσκε] mis corderos. Le pregunta por segunda vez: Simón, hijo de Juan, ¿me quieres? Le responde: Sí, Señor, tú sabes que te quiero. Jesús le dice: pastorea [ποιμαινε] mis ovejas. Por tercera vez le pregunta: Simón hijo de Juan, ¿me quieres? Pedro se entristeció de que le preguntara por tercera vez si lo quería y le dijo: Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero. Jesús le dice: apacienta [βοσκε] mis ovejas»
(Jn 21, 15-17)
Como se puede observar, Jesús está usando dos palabras diferentes. En la primera y la tercera aseveración le dice a Pedro “βοσκε” (boské), que significa pastorear, alimentar un rebaño, pastar, apacentar. Pero la segunda afirmación es diferente; Jesús cambió el verbo por “ποιμαινε” (poimaine), que significa “gobernar con autoridad”, lo cual le da mucha más fuerza a su solicitud, porque enfatiza el tipo de pastoreo que le está encomendando a Pedro, esto es, un pastoreo con autoridad para gobernar, o como se diría en hebreo, para “triturar y quebrantar las naciones” (cf. Sal 2,7-9).
Sin embargo, es difícil darse cuenta de esto cuando no se considera el texto griego. Sobretodo porque, exactamente la misma palabra “ποιμαινε” (poimaine), se usa, por ejemplo, cuando Mateo comienza el segundo capítulo de su evangelio con esta profecía:
«Y tú, Belén, tierra de Judá, de ningún modo eres la menor entre las grandes ciudades de Judá; porque de ti saldrá un jefe que gobernará [ποιμαινε] a mi pueblo Israel»
(Mt 2,6)
Y, otro uso importante de la palabra poimaine está en el libro del Apocalipsis de san Juan, cuando la mujer (Ap 12) da a luz un hijo que reinará sobre todas las naciones:
«Y dio a luz un hijo varón, el que ha de regir [ποιμαινε] a todas las naciones con vara de hierro»
(Ap 12,5)
Naturalmente, el apóstol está citando la profecía del Salmo 2 desde la Septuaginta, donde aparece la figura del Mesías como el Hijo de Dios a quien se le entrega la autoridad para gobernar las naciones con vara de hierro. En el versito nueve (Sal 9,2), los LXX usaron la palabra “ποιμαινε” (poimaine) para traducir el hebreo תרעם (taram) que significa triturar o quebrantar.
«¿Por qué se amotinan las naciones y los pueblos meditan un fracaso, se levantan los reyes del mundo y los príncipes conspiran juntos contra el Señor y contra su Ungido? ¡Rompamos sus coyundas, sacudámonos su yugo! Sentado en el cielo sonríe, el Señor se burla de ellos. Después les habla con ira y con su cólera los espanta: Yo mismo he ungido a mi rey en Sión, mi monte santo. Voy a recitar el decreto del Señor: Me ha dicho: Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy. Pídemelo y te daré las naciones en herencia en propiedad los confines del mundo. Los triturarás con cetro de hierro, los desmenuzarás como cacharros de loza. Pues ahora, reyes, sed sensatos, escarmentad los que regís el mundo: servid al Señor con temor, temblando rendidle homenaje, no sea que perdáis el camino, si llega a inflamarse su ira. Dichosos los que se refugian en él»
(Salmo 2, Biblia del Pegrino, traducción desde el hebreo)
«¿Por qué han tumultuado gentes y pueblos meditado cosas vanas? Se han alzado los reyes de la tierra; y los príncipes congregándose en uno contra el Señor y contra su Ungido. -Destrocemos las ataduras de ellos; y lancemos lejos de nosotros el yugo de ellos-. El que habita en los cielos, se reirá de ellos; y el Señor los escarnecerá. Entonces les hablará en su ira; y en su furor los conturbará. Yo, empero, he sido constituido rey por él, sobre Sión, monte el santo suyo; anunciando el precepto del Señor. El Señor díjome: «Hijo mío eres tú: yo hoy te he engendrado; pídeme, y te daré gentes, herencia tuya, y posesión tuya los confines de la tierra; los pastorearás en vara ferrina; como vaso de alfarero los quebrantarás. Y ahora, reyes, entended, aprended, todos los que juzgáis la tierra. Servid al Señor, en temor, y alborozaos en él, en temblor. Coged enseñanza, no sea que se aíre el Señor y perezcáis de vía justa. Cuando se inflamare, en breve su furor, bienaventurados todos los confiados en él»
(Salmo 2, Biblia de Jünemann, traducción desde el griego de la Septuaginta)
Es importante enfatizar que, tanto en el hebreo como en el griego, se habla de la consecuencia de ejercer la autoridad. La diferencia está en que, en el texto hebreo, la consecuencia es violenta, es el acto de triturar con ímpetu, mientras que la Septuaginta lo interpreta como el acto de pastorear con autoridad, siendo éste el sentido del texto que citan los apóstoles en el Nuevo Testamento.
Algunas traducciones bíblicas, considerando el contexto de la autoridad del rey de quien se habla, y el uso de “poimaine” de la Septuaginta, optan por usar la palabra “regir”, expresión más apegada al sentido original, al menos, en español:
«Voy a promulgar un decreto de Yahvé. El me ha dicho: “Tú eres mi Hijo, yo te he engendrado hoy. Pídeme, y haré de las gentes tu heredad, te daré en posesión los confines de la tierra. Los regirás con cetro de hierro y los romperás como vasija de alfarero.”»
(Sal 2,7-9, Nácar-Colunga)
De esta manera adquiere pleno sentido el texto del Apocalipsis, en el que se puede observar un claro paralelismo con el Salmo 2:
«Al vencedor, al que se mantenga fiel a mis obras hasta el fin, le daré autoridad sobre las naciones: las regirá [poimaine] con cetro de hierro, como se quebrantan las piezas de arcilla. Yo también lo he recibido de mi Padre. Y le daré el Lucero del alba. El que tenga oídos, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias»
(Ap 2, 26-29)
Por lo tanto, es innegable que la palabra ποιμαινε (poimaine) se emplea bíblicamente para hablar de gobernar, regir, pastorear: facultades propias del Señor Jesús que, en el libro del Apocalipsis, son también una promesa escatológica para los vencedores en Cristo, aunque, sin embargo, en Jn 21,17, son delegadas directamente, por el mismo Jesús, al apóstol que lo negó tres veces, y tres veces confesó que lo amaba más que todos: Simón Pedro.
Esto es una clara evidencia de que, en Pedro, las facultades propias de Cristo: regir, gobernar y pastorear, representan un ministerio propio, del que todos los cristianos, sin embargo, han sido hechos partícipes por el bautismo, en comunión con la fe de Pedro.
El Símbolo del pastoreo lo había utilizado ya Jesucristo aplicándolo a sí mismo. […] ahora, después de su resurrección y antes de subir a los cielos, le encarga a Pedro que apaciente a su rebaño, esto es, que siga realizando su propia misión.
(Tarancón, 1963)
De ahí se puede deducir que, para hablar con sentido de un reinado de Cristo en el mundo y en los corazones, debe aceptarse la autoridad petrina.
Tristemente, existe una corriente dentro de la Iglesia Católica, que reclama una desobediencia al Papa a partir del Concilio Vaticano II. Sin entrar en detalle, baste la presente exhortación para llamarlos de regreso al rebaño de Jesús encomendado a Pedro.
Como se ha estudiado, la autoridad petrina es instituida por Cristo; por tanto, siguiendo el ejemplo de Pablo, es lícito hacer corrección fraterna del comportamiento del Papa, siempre que no se niegue la primacía.
Sin embargo, lo cierto es que los católicos[2] que desobedecen abiertamente al Papa deben ser conscientes de la situación concreta en que se encuentran respecto a la Palabra de Dios, que dice en boca de san Pablo:
«Sométanse todos a las autoridades constituidas, pues no hay autoridad que no provenga de Dios, y las que existen, por Dios han sido constituidas»
(Rm 13,1)
Y en boca de Pedro, ha dicho:
«De la misma forma vosotros, los jóvenes, estad sujetos a los presbíteros. Y todos, revestíos de humildad en el trato mutuo, porque «Dios resiste a los soberbios y a los humildes da la gracia».»
(1 Pe 5,5)
Es cierto que la autoridad de Pedro y sus sucesores no es cual dictadura o tiranía, sino de un padre. El padre que enseña y corrige a sus hijos cuando se desvían, reprende para que aprendan y se fortalezcan. Por eso, al Papa, la gran santa Catalina de Siena, dominica, mística y doctora de la Iglesia, le llamaba “dulce Cristo en la tierra”. Así lo dice la Escritura:
«[Presbíteros], apacentad la grey de Dios que se os ha confiado, gobernando no a la fuerza, sino de buena gana según Dios; no por mezquino afán de lucro, sino de corazón»
(1 Pe 5,2)
Así pues, ni la Escritura ni la Tradición de la Iglesia enseñan a desobedecer la autoridad, a menos de que ésta mande ir contra la ley natural y contra los mandamientos de Dios[3]. Por tanto, dicha corriente llamada “sedevacantista” (es decir, que la sede de Pedro permanece vacante), la cual niega la autoridad de los Papas a partir del Concilio Vaticano II, tiene que apelar a una violación al derecho natural y al derecho divino para justificar su postura; violación que no ha sido demostrada.
Así pues, fuera de las condiciones citadas, la Sagrada Escritura enseña a someterse en obediencia a las autoridades instituidas por Dios. Y el ministerio del Papa, como se puede observar a lo largo de esta investigación, es de institución divina.
Fuente: J. R. Getsemaní F. R., «Y sobre esta Piedra: exégesis de Mt 16,18».
[1] Observación de Agustín Pérez, columnista de “El Heraldo”, (Chih., México).
[2] Se menciona explícitamente a los católicos; pues los hermanos separados que nacen en congregaciones evangélicas no tienen conciencia de esta doctrina.
[3] “Los hombres tienen una sola causa para no obedecer: cuando se les exige algo que repugna abiertamente al derecho natural o al derecho divino. Todas las cosas en las que la ley natural o la voluntad de Dios resultan violadas no pueden ser mandadas ni ejecutadas” (Diuturnum Illud, 11).
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Leyendo la biografia de Benedicto XVI encontre esta informacion, en 1949 un año antes de la proclamacion del dogma, el profr. Gottlieb Sohngen se pronuncio en contra. Otro maestro, Efuard Schlink, profr.de Teologia sistematica en Heidelberg, le pregunto «Que harias si se proclama el dogma? Dohngen respondio «Si el dogma se proclamara, recordare que la Iglesia es mas sabia que yo, y que tengo mas fe en ella que en mi erudicion «.
En efecto. Sin embargo, aquí no estamos ante un tema de fe, de dogma, sino disciplinar. Una verdad divina es creída por toda la Iglesia y confirmada por el Magisterio, con el Papa a la cabeza, sin duda. Ya hablaremos sobre la infalibilidad.