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Es sabido que la teología de San Agustín está llena de controversias, las que pueden enlistarse de la siguiente manera:

  • Entre los años 391 y 411, contra el donatismo y el maniqueísmo.
  • Entre los años 411 y 430, contra el pelagianismo.
  • Entre los años 410 y 430, también contra los arrianos.
  • Hacia el 430, contra Juliano, además de los monjes de Adrumeto y Marsella.

Contra los donatistas escribió obras como el “Salmo contra la secta de Donato”, “Réplica a la carta de Parmeniano” y “Carta a los católicos sobre la secta donatista”.  Respecto a la controversia pelagiana, escribió “Consecuencias y perdón de los pecados y el bautismo de los niños”, “El espíritu y la letra” o “La naturaleza y la gracia”. A los arrianos les replicó con “Debate con Maximino, obispo arriano”, “Réplica a Maximino” y “Réplica al sermón de los arrianos”. Contra Juliano escribió obras como “El matrimonio y la concupiscencia” y “Réplica a Juliano”. Y, por último, a los monjes de Adrumeto y de Marsella les dedicó obras como “La gracia y el libre albedrío” y “La predestinación de los santos”.

Aunque, en general, las obras de Agustín son de índole apologético, es necesario resaltar que éstas surgen en un contexto eclesial, como un verdadero servicio a los hermanos que ilumina y responde a los problemas propios de su tiempo. Así pues, sus obras son fruto del amor a Dios y a su comunidad, por eso escribió:

“Trato de ayudarles [a mis hermanos] en sus loables estudios cristológicos con mi palabra y con mi pluma, pues a ello me impulsa con ardor, cual biga fogosa, la caridad.”

(cf. Trin. 3, prol. 1)

Pero, lo más llamativo de la teología de Agustín es que se caracteriza por ser una “diaconía”, un “servicio”, sobre todo a la Iglesia, es decir, a su comunidad de hermanos en la fe. 

De ahí que, en nuestras propias comunidades, la predicación de la Palabra y la respuesta a los desafíos que plantean las ideologías modernas ha de ser un verdadero servicio que brote del amor por nuestros hermanos. Como escribió el mismo Agustín:

“Somos servidores de la palabra, no de la nuestra, sino evidentemente de la del Dios y Señor nuestro”.

(Sermones, 10, 114, 1)

Otro aspecto importante por resaltar es que, para Agustín, la ciencia y la sabiduría tienen su culmen en Cristo, y el contenido de estas se funda en la Sagrada Escritura. Nuestro servicio, pues, se ha de fundar en la Palabra de Dios para que brote y culmine desde y en el mismo Cristo.

Aunque, en un principio, Agustín se esmeraba por llegar a la fe por medio de la razón, lo cierto es que después su reflexión se centró, en primer lugar, en las Sagradas Escrituras. Así pues, en nuestras comunidades, más que intentar explicar racionalmente a Dios, será importante el estudio asiduo y diligente de la Palabra de Dios para conocer, así, lo que Dios ha querido revelarnos para creer y vivir rectamente. Esta profundización de la Palabra será, a la vez, una apasionada e incesante búsqueda del conocimiento intelectual de Dios (contemplatio) “para gozar de Él en la medida consentida aquí en la tierra, antes de contemplarlo cara a cara en el cielo” (cf. Módulo 1. Introducción a la teología de San Agustín. Agustinos recoletos).

De esta manera, nuestro servicio no se estancará, sino que siempre será nuevo, pues brotará de la fuente de la Palabra de Dios y será, además, progresivo: siempre irá de menos a más. Siempre comprenderemos un poco más a Dios, pero nunca por completo. Al respecto decía Agustín:

“Busquemos como si hubiéramos de encontrar, y encontremos con el afán de seguir buscando”

(trin. 9,1,1)

Por eso, aunque entremos en controversias al momento de realizar nuestro propio servicio eclesial, debemos estar abiertos a una comprensión progresiva, a ejemplo de san Agustín, quien, además, entraba en diálogo sincero con quienes pensaban diferente, por amor a la verdad. 

Así pues, fundemos nuestro servicio en la Palabra de Dios, fuente inagotable de sabiduría y conocimiento de Dios, teniendo en cuenta que nuestra comprensión es progresiva, por lo tanto, abiertos siempre al diálogo con los demás.