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Además, les aseguro que, si dos de ustedes se ponen de acuerdo para pedir algo en la tierra, les será concedido por mi Padre que está en los cielos. Pues donde dos o tres se reúnen en mi nombre, yo estoy allí en medio de ellos. (Mateo 18,19-20)

Después de un algún tiempo retomo la escritura y el compartir en este blog, que brota de la oración y reflexión personal a la luz de la Sagrada Escritura, por lo que quiero agradecerte antes que nada por leer y compartirlo.

Cuando tomé la iniciativa de escribir estas reflexiones (en el mes de marzo del presente año), nunca pensé que hasta la fecha actual continuaríamos viviendo los embates de la pandemia por Covid-19, suponía y esperaba se hubiera controlado a tal grado que se pudiera vivir de la manera en la que estábamos acostumbrados.

En el momento que se dio la reapertura de los Templos, esa esperanza creció de manera exponencial en mi pensamiento, ya que me resultaba sencillo pensar que el reunirnos como comunidad a orar, a compartir y participar de los sacramentos teniendo una plegaria en común, Dios nos socorrería y estaría en medio de nosotros liberándonos del mal que nos asecha.

La realidad ha sido otra, y es aquí donde me cuestiono y pienso ¿acaso Dios no nos ha escuchado? ¿será que hemos tenido la misma plegaria en común? ¿aún confiamos en Dios? O colectivamente hemos perdido toda esperanza y las reuniones en las iglesias para participar de la Sagrada Eucaristía, de nuevo se hizo por costumbre o buscando un “amuleto” que me cuide de enfermarme.

Es necesario de nuevo estar reunidos en nombre de Jesús, convencidos de lo que Dios ha hecho por nosotros y de lo que puede hacer, y sobre todo abandonarnos en su amor y misericordia. Que el fervor que llenó las redes sociales de rezos del rosario, selfies de familias participando de la Eucaristía, oraciones que brotaban de lo íntimo de los rezos y se compartían, sigan siendo el motor ahora empujado por la participación, aún presencial de la Mesa del Señor, y con ello volvamos a confiar y esperar en Dios.

Claro está que todo este fervor y piedad de la que hablo debe de ir acompañada de la responsabilidad de no exponernos por una inconciencia, pensando erróneamente “si me enfermo es porque Dios así lo quería”.