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En esto alguien se acercó a Jesús y le preguntó: “Maestro, ¿Qué debo hacer de bueno para conseguir la vida eterna?”. Él le respondió: “¿Por qué me preguntas sobre lo bueno? Uno solo es el, “Bueno”. Pero si quieres entrar en la vida eterna, cumple los mandamientos” …El joven respondió: “Ya cumplí todo esto, ¿qué más me falta?”- Jesús le dijo: “Si quieres ser perfecto, ve, vende todo lo que tienes, dalo a los pobres para que así tengas un tesoro en el cielo, luego ven y sígueme”. Al escuchar esto, el joven se fue entristecido, porque tenía muchos bienes. (Mateo 19,16-17.20-22)

Estamos ante un pasaje del Evangelio que es crucial, según la Veritatis Splendor de san Juan Pablo II, nos encontramos frente a la respuesta acerca de la pregunta moral, ¿qué debo hacer de bueno…?  En este joven, podemos reconocer a todo hombre, que conscientemente o no, se acerca a Cristo. Para el Joven, más que una pregunta sobre las reglas que hay que observar, es una pregunta de pleno significado para la vida. Esta pregunta es, en última instancia, un llamamiento al Bien absoluto que nos atrae y nos llama hacia sí; es el eco de la llamada de Dios, origen y fin de la vida del hombre.[1]

Esta pregunta e inquietud podemos deducir brota de lo profundo del corazón de aquel joven rico que se acerca a Jesús, quien probablemente no desconocía la respuesta contenida en la Ley del cumplimiento de los mandamientos, pero que sabía que para él no era suficiente. Hace un año aproximadamente leí un libro titulado Testigos del Señor Jesús, del jesuita Enrique Ponce de León, en donde con un toque de “historia, fe y ficción” logra enmarcar la vida de personajes que estuvieron cerca de Jesús; como la Samaritana, Juan el Bautista, Pedro, entre ellos el joven rico.

Nostalgia es el título del capítulo dedicado al joven rico, y ahí en forma de diario presenta lo que sería una perspectiva de lo que al interior de su vida pudo sentir aquel joven. describiéndolo vacío y lleno de nostalgia, aun con tanto que poseía. Teniendo una lucha interior por buscar la felicidad y alcanzar la perfección. Y en medio de esa búsqueda escucha sobre Jesús, y decide ir para saber qué era lo que predicaba que causaba tanta sensación en medio del pueblo.

Ponce de León continua con la narración y es en el momento de máxima nostalgia y desesperación lo que orilla el encuentro del joven con Jesús, es ahí donde la mirada de Jesús lo impacta, porque estaba llena de amor, comprensión, simpatía y cariño, sin embargo, después del diálogo, tiene miedo, no de desposeer lo que tiene, sino miedo a ser libre, a amar, a seguir a Jesús y decide irse. El autor describe que después del encuentro la nostalgia era más desgarradora y dolía más, vivía intentando olvidar, pero él sabía que jamás estaría en paz. Su único consuelo era que esperar que Jesús no se olvidara de él.

Si bien como mencioné este es un relato ficticio, Ponce de León, considero personalmente, nos logra dar una visión bastante acertada, porque así podemos sentirnos nosotros, nos acercamos a Jesús por diversos motivos, y en muchas ocasiones al saber qué es lo que tenemos que hacer o dejar, nos llenamos de miedo por abandonar esas “seguridades” o “comodidades” y decidimos alejarnos. Hemos experimentado esa nostalgia, por alejarnos de lo que es el vivir.

Constantemente tenemos que acercarnos a Jesús y experimentar su mirada, y dejarnos seducir por ella, ya que, “es necesario que el hombre de hoy se dirija nuevamente a Cristo para obtener de Él la respuesta sobre lo que es bueno y lo que es malo”,[2] sobre lo que aqueja a su corazón y no lo deja avanzar hacia la plenitud, a la felicidad perpetua, hacia la serenidad.


[1] Juan Pablo II, Veritatis Splendor, 1993, n.7.

[2] Juan Pablo II, Veritatis Splendor, 1993, n.8.