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Al tercer día se celebró una boda en Caná de Galilea y la madre de Jesús estaba allí. Jesús fue también invitado a la boda con sus discípulos. Cuando se acabó el vino, la madre de Jesús le dijo: “Ya no tienen vino”. Pero Jesús le contestó: “Mujer, ¿Qué tiene que ver esto con nosotros? Todavía no ha llegado mi hora”. Pero su madre dijo a los que servían: “¡Hagan lo que él les diga!”. (Juan 2, 1-5)

Este pasaje del Evangelio de Juan en muchas reflexiones lo hemos visto encaminado hacia una vista profunda del inicio del ministerio público de Jesús, después de bautizarse en el Jordán, y ser reconocido por el Padre como el Hijo amado a quien debemos escuchar. Así como ser presentado por Juan el Bautista como el Cordero de Dios a quienes estaban con él. Jesús es “visibilizado” desde una perspectiva, más terrenal, más común.

Es claro que podrían surgir aún más reflexiones acerca de ello, sin embargo, a manera personal, me impacta a sobremanera la presencia crucial de María, en este inicio de la Vida Pública de Jesús, desde que inicia el Capítulo 2, podemos leer que se hace mención de que la madre de Jesús estaba presente, posteriormente a esto, es quien se da cuenta de que les falta el vino, es decir, vamos entreviendo esta preocupación de María ante la necesidad de los demás.

Como invitada, podría pasar desapercibida e indiferente ante la falta de vino, al contrario de ello se acerca con Jesús, porque María sabe que ella sola no puede hacer nada, se sabe criatura, reconoce sus límites. Y aun con toda las gracias que Dios había derramado sobre ella, no se ponía por encima de nadie, es aquí donde entra la enseñanza más profunda e íntima que yo he rescatado, ¡Hagan lo que él les diga! Éste es, quizá el servicio más grande que la madre de Jesús hace a esta familia y en especial a los sirvientes: señalarles a Jesús. Él sí puede ayudarlos.

Nosotros, como María, estamos llamados a una doble tarea, una será ver las necesidades de los demás, pues es Jesús mismo quien vive en nuestros hermanos. Negarnos a ver sus necesidades es negarnos a ver a Jesús. Por eso, debemos tomar la iniciativa y obrar de acuerdo con nuestras posibilidades; y cuando no podamos, debemos ser humildes, reconocer nuestra debilidad y encomendar sus necesidades al Señor. A fin de cuentas, éste es el servicio más grande que podemos hacer al prójimo: con nuestra oración y nuestras obras llevarlos a Jesús.

Y la otra tarea, concierne a cada uno, desde lo propio, poder realizar lo que Jesús me pide, siempre es fácil saber o decir acerca del otro, sin embargo, María pone el ejemplo ya que, al mencionar estas palabras, lo hacía porque ella lo venía realizando, al final de todo ella ya había encontrado la clave, que es servir y obedecer ante lo que Dios me pide. Sea en el camino cristiano hacia la santidad del día a día, o sea al momento de recibir un llamado a una vocación específica, tenemos que buscar hacer lo que Él nos diga, no por imposición, sino por la aceptación libre y plena.