[ A+ ] / [ A- ]

Iniciamos nuestras reflexiones sobre la vocación femenina, meditando sobre la primera mujer que aparece en la Sagrada Escritura: Eva, la compañera de Adán, el primer hombre. En el capítulo 3 del Génesis, inicialmente se menciona su nombre, justo en el momento que Dios los expulsa del paraíso, “El hombre llamó a su mujer «Eva», por ser ella la madre de todos los vivientes” (Gn 3,20),

El nombre “Eva’ viene del hebreo que significa “vida o vivificadora”. Con la asignación de este nombre, el autor bíblico nos descubre algunas características primordiales de la vocación de la mujer: vivificar (dar confort/animar[1]), dar vida. Podemos reflexionar que este significado no se refiere solamente a la maternidad biológica, pues este aspecto se sobreentiende, sino a un concepto que va más allá de lo carnal. Dar vida significa también nutrir los lugares donde hemos sido plantadas, nuestros hogares, nuestros trabajos, nuestras escuelas, nuestra Iglesia, es decir, nuestra sociedad, confortando y animando las circunstancias cotidianas, muchas veces adversas y desesperanzadoras, pues es ahí, donde estas peculiaridades de la verdadera vocación femenina son llamadas a florecer, a dar fruto,

Es tarea de la mujer vivificar su entorno, aportando su bondad, su creatividad, su compasión, su empatía, su delicadeza en el cumplimiento de sus responsabilidades diarias. Sin embargo, no siempre es un trabajo fácil, pues estos aportes frecuentemente son menospreciados por la sociedad de nuestros dias, considerándolos débiles o secundarios, pero sobre todo innecesarios para sobresalir en este mundo ferozmente competitivo. A las mujeres se nos invita a olvidarnos de nuestra naturaleza, a desterrarla de nuestra conducta e incluso a luchar contra ella, poniendo en su lugar características masculinas, pues las condiciones actuales nos exigen, no sólo ser igual a los hombres sino mejores. Teniendo como consecuencia una sociedad gris, carente de su complemento, de su lado femenino.

En Gen 3,20, Dios nos revela parte de su plan para el género femenino, un plan único, especial, específico, pero a su vez, indudablemente complementario con el del género masculino. El huir de este plan tratando de cambiarlo, trae consecuencias negativas, tanto individuales como colectivas, ya que la verdadera felicidad se encuentra en hacer la voluntad de Dios, pues “la dignidad de cada hombre y su vocación correspondiente, encuentran su realización definitiva en la unión con Dios”[2]

Las mujeres del mundo somos llamadas a ser madres de lo bueno, de lo verdadero, a llevar la presencia de Dios en medio del mundo, a hacer brillar Su rostro en los aspectos más ordinarios, también en los más extraordinarios de la vida, a ser animadoras en la construcción del Reino, con la intuición propia, diría San Juan Pablo II, de nuestra femineidad que enriquece la comprensión del mundo y contribuye a la plena verdad de las relaciones humanas[3].

 

[1] Significado “Vivificar” Real academia de la lengua Española

[2] MULIERIS DIGNITATEM 5

[3] Carta del Papa San Juan Pablo II a las Mujeres [2]