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Durante una batalla en Pamplona, Ignacio de Loyola fue alcanzado por una bala de cañón la cual le quebró una pierna. Para curarle tuvieron que dislocarle la pierna por segunda vez para acomodar los huesos mal soldados días después que pudo verlo un médico. Pero Ignacio decidió, ya curado, dislocar de nuevo toda su pierna: “…y quedaba allí el hueso tan levantado, que era cosa fea; lo cual él no pudiendo sufrir, porque determinaba seguir el mundo, y juzgaba que aquello le afearía, se informó de los cirujanos si se podía aquello cortar; y ellos dijeron que bien se podía cortar, más que los dolores serían mayores que todos los que había pasado…”[1] Decidió sufrir hondamente para ir tras sus sueños de caballería, quería “seguir el mundo”.

Hay heridas que marcan la vida y señalan un camino que nunca pensamos recorrer. La insistencia vanidosa de Ignacio de recuperar su pierna y con ella su prestigio de caballero lo hicieron someterse a un profundo dolor. Es después de su intento fallido por evitar “verse feo” cuando sucede su conversión.

Testarudo, orgulloso, vanidoso, egocéntrico, todo esto fue el capitán Loyola previo a su conversión, vivió cegado por falsas seguridades y en Jesús  donde encuentra su verdadero apoyo.

Desde esta condición de vulnerabilidad nos habla Íñigo a una sociedad hambrienta de poder, que desea apoyarse sobre sus egoísmos y vanidades. Hoy escuchemos el grito de los pobres, de los migrantes, de las personas con discapacidad, de las mujeres prostituidas y violentadas, a una voz claman sed de verdadero amor.

El Padre General Arturo Sosa convocó a la celebración del Año Ignaciano, con motivo del quinto centenario de la conversión del fundador de la Compañía de Jesús, dará inicio el 20 de mayo de 2021, fecha de la herida de Pamplona. Esta herida sobre San Ignacio es maestra para todos, el santo “Peregrino” nos enseña que en discernimiento frente a Dios otro mundo es posible.


[1] IPAGUIRRE, Ignacio, Obras completas San Ignacio de Loyola, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 1952, pág. 32.