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Este próximo 4 de febrero celebraré (si Dios así lo dispone) mi sexto aniversario de bodas, es increíble como el tiempo pasa tan rápido, apenas ayer nos hacíamos novios y hoy estamos celebrando nuestro aniversario de hierro; al reflexionar sobre este acontecimiento tan importante en mi vida, me entró la curiosidad por investigar un poco acerca de la situación actual de los matrimonios en México, les comparto un poco de la información que encontré.

Según el INEGI en el año 2016 se registraron 543,729 matrimonios, 23% menos que en el año 2000, así como 139,809 divorcios, aumentando un 167% en relación a los 52,358 realizados a inicio de siglo, dicho de otra manera, de cada 100 matrimonios en México, 22.2 terminan en divorcio. Debo confesar que los datos me impactaron, pues si bien era de mi conocimiento que los divorcios estaban incrementando, nunca pensé que fuera un aumento tan estrepitoso, pues más del 20% de los matrimonios en nuestro país no logran cumplir la promesa de “hasta que la muerte nos separe”; con esta información sobre la mesa no es de sorprender la condición de crisis social que vive nuestro país, pues cuando la base de la sociedad se desintegra, todo lo demás cae por consecuencia.

¿Que nos pasó? ¿Qué fue lo que cambio, no solo en los últimos 15 años, sino en el último siglo?, muchas respuestas a estas preguntas me vienen a la mente, pero creo que el principal motivo es que, muchos de los mexicanos optaron por sacar a Dios de sus familias, poniendo al hombre en su lugar, utilizando los deseos, las necesidades, las vanidades y los caprichos como brújulas para guiar el camino, obsesionándose con la ilusión telenovelesca de felicidad, placer y comodidad a cualquier precio, incluso a costa de la propia pareja, considerando el servicio, el sacrificio, la entrega y el respeto, como valores anticuados e inservibles para los estándares contemporáneos con los que se rige el mundo.

El panorama parece un poco desalentador ¿no es así?, pero no todo está perdido, también hoy Dios sigue regalando al mundo muchísimas vocaciones al matrimonio, al verdadero matrimonio cristiano, destinado al ideal más alto, la santidad. Todavía hoy vemos a matrimonios arraigados en Cristo, donde no son dos personas, sino tres, pues Dios forma parte fundamental de su relación conyugal y familiar; matrimonios que todos los días luchan por amar a Dios en primer lugar para después amar y servir a su pareja. Estas familias con su testimonio vivo, nos demuestran que el “si” para toda la vida es posible, que el verdadero amor radica en el compromiso cotidiano, que con Cristo es posible tener un matrimonio sano, santo y feliz, a pesar de las cruces que cada día inevitablemente se presentan.

Contemplando mi experiencia matrimonial, el camino que llevamos recorrido pudiera parecer corto, tan solo 6 años, pero para nosotros es el mayor de los logros, pues hemos caminando de la mano con el Señor que guía nuestro camino, viviendo momentos de profunda alegría como también momentos de grandes pruebas, reconozco que en ocasiones no ha sido nada fácil, pero en esos momentos de angustia y de dificultad, al igual que Pedro volteamos a Jesús, diciéndole: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna” (Jn 6,68), pues ¿de dónde podríamos sacar el amor, las fuerzas para seguir en nuestros matrimonios, sino es de Dios?

Por eso me atrevo a compartir, basada en mi poca experiencia, algunas actividades que me ha ayudado muchísimo a vivir mejor esta hermosa vocación a la que fui llamada.

  • Orar juntos como pareja todos los días, anqué sean unos minutos.
  • Ir juntos a recibir el sacramento de la confesión
  • La misa dominical es indispensable.
  • Servir en familia; no podemos quedarnos para nosotros todos los favores concedidos, tenemos que salir a hacer vida lo que hemos recibido por parte de Dios, poniéndolo al servicio del hermano, es especial del más necesitado.

Encomiendo a la protección maternal de Maria Santísima a todos los matrimonios de nuestra ciudad, para que empezando desde casa, podamos ser luz para esta sociedad que vive en tinieblas; les pido también que oren por mi matrimonio para que Dios nos permita santificarnos mientras vivimos plenamente el llamado del amor.

“Te acepto a ti para que nos ayudemos a salvarnos, mi mayor felicidad será saber que no solo te ayude a vivir esta vida, sino que te proyecte a la eternidad”[1]

 

[1] Padre Ángel Espinoza de los Monteros