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El 1 de junio de 2018, el “Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida” presentó el documento “Dar lo mejor de uno mismo. Documento sobre la perspectiva cristiana del deporte y la persona humana”.

¿Cómo ayuda el deporte a fortalecer la fe, y viceversa?

En la presentación del documento, me ha llamado la atención la invitación que hace Papa Francisco a no contentarse con un empate mediocre y, por lo tanto, adentrarse al juego tanto con los demás como con Dios: “gastando la vida por lo que de verdad vale y dura para siempre”.

San Pablo ha escrito en la segunda carta a Timoteo: “He peleado hasta el fin el buen combate, he concluido mi carrera, he conservado la fe” (2Tim 4,7).

El documento presenta las razones por las cuales la Iglesia muestra interés en el mundo del deporte, y de cómo se apoya en 3 pilares:

1. El esfuerzo físico: indudablemente que, tanto para practicar un deporte como para vivir la fe, se necesita de este esfuerzo. Pienso en los gimnasios, que siempre están abarrotados de gente en nuestros días; las primeras semanas demandan un esfuerzo físico tremendo, ¡te duele todo! Cuesta mucho la perseverancia. El camino de la fe es igual, siempre demanda esfuerzo; cuando, como cristianos, dejamos de esforzarnos en la vivencia de la fe, es cuando decaemos, pasa a no importarnos, a vivir como uno más del montón… a perderse en el mundo sin llevar la radicalidad de la cruz.

2. Las cualidades morales que deben sostener el esfuerzo: el fin no justifica los medios. Escuchamos cómo, en la diversidad de los deportes, constantemente hablan de pruebas de antidoping, si alguien infringió alguna norma, si el boxeador esta en peso, si algún futbolista se ha inyectado hormonas para mejorar el rendimiento… tantas cosas. Sin embargo, todos estamos llamados a alcanzar el fin por los buenos medios. La fe y la vida siempre van unidas, y aquí también le cuesta mucho al discípulo de Cristo. Nuestra vivencia moral no puede estar desligada de nuestra fe. Las cualidades morales también terminarán sosteniendo nuestro esfuerzo por vivir la gracia de Dios: vivir con bondad, con amabilidad, con benignidad, entre otros frutos del Espíritu Santo que san Pablo desarrolla en sus distintas cartas.

3. El deseo de paz, fraternidad y solidaridad que el deporte debe contribuir a difundir: creo que este pilar nos es muy familiar; tenemos tan presente, aún al retomar el tiempo ordinario, el saludo del resucitado: mi paz les doy. Es la vivencia de la primera comunidad, quienes vivían con gran fraternidad y buscaban ser solidarios con los necesitados. Cada uno de nosotros busquemos difundir estos deseos con la vivencia de nuestra fe.

¿Cómo ayuda a hacer comunidad?

“El deporte puede ser un instrumento de encuentro, de formación, de misión y santificación”, resalta el Papa en la introducción.

1. Encuentro: si hemos asistido a un estadio, sin importar de que deporte sea, podemos ver que ahí nos hemos reunido personas muy diversas: los deportistas, entrenadores, médicos, comentaristas deportivos, vendedores, etc. ¡Oh! Cómo olvidar a los que formamos más, todos los espectadores, tan diferentes, de distintas clases sociales, niños, ancianos, hombres, mujeres… indudablemente asistimos, más que a un partido, a un encuentro con los hermanos. Hay un canto que me gusta mucho, y el coro dice: “Eucaristía, banquete celestial, acción de gracias, fracción del pan, el encuentro de los hermanos, con Jesucristo que nos ha llamado”. La vida cristiana se vive en comunidad, y “los grandes objetivos, en el deporte como en la vida, los logramos juntos, en equipo” (Papa Francisco).

2. Formación: ¿Quién no ha escuchado a un niño querer ser como Messi o Cristiano, o admirar a alguna estrella deportiva? Sin importar cual deporte sea, en todos ellos hay estrellas, y donde hay estrellas, siempre hay alguien que quiere imitarlos. Los deportistas también están llamados, como el cristiano, a dar un buen testimonio. Y, para dar este buen testimonio, no podemos dejar de lado la formación continua, antes que la deportiva; la formación por excelencia: la humana. Ser mejores personas, ser mejores cristianos y que nuestra vida se vuelva para otros, un día, como la vida de nuestros santos favoritos: un ejemplo a seguir.

3. Misión y santificación: Como bien sabemos, la Iglesia está llamada a vivir la santidad y, con su misión en específico, cada quién, en el estado de vida al que ha sido llamado. Pero todos tenemos una misión que realizar en la viña del Señor. “Las personas con su testimonio de alegría, con la práctica deportiva en comunidad, pueden ser mensajeras de la Buena Noticia”.

Hagamos nuestro el lema olímpico: “Citius, Altius, Fortius”; que, en nuestra vivencia de la fe, cada día aspiremos a seguir creciendo para alcanzar la estatura de Cristo, a no detenernos en el camino de la cruz y de la santidad, teniendo siempre el deseo de alcanzar la corona prometida. Fortalezcámonos en el recorrido de la vida, y que las caídas y tropiezos que hemos tenido – o que tendremos en el futuro-, nos fortalezcan para dar siempre lo mejor de nosotros mismos.

No olvidemos que hay algo más grande que la copa del mundial de fútbol: la vida eterna que nos da Jesús. Sigamos dando lo mejor de nosotros, sin mediocridad y con abundante generosidad: más altos, más rápidos, más fuertes.