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Un aspecto sustancial del discípulo y apóstol de Jesús, que lo trasciende a sí mismo, es su vocación. El llamado de Dios es, además, una elección y una misión. Todas las vocaciones en el Antiguo Testamento tienen por objeto misiones: “si Dios llama, es para enviar” (Leon-Dufour, 2001); y este envío supone, sobretodo, colaborar en un proyecto de salvación que va más allá de uno mismo.

Especialmente en el evangelio de Juan, la vocación de Pedro está trazada a lo largo del texto evangélico. ¿Cómo fue el llamado de Simón? ¿Quién le ha puesto el nombre de Pedro? Estas preguntas están bellamente contestadas por el evangelista, que ya desde el primer capítulo introduce la figura del apóstol:

«Fijando Jesús su mirada en él, le dijo: «Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas» – que quiere decir, «Piedra»»

(Jn 1,42)

Es importante notar que el contexto de este pasaje es totalmente vocacional, ya que se puede observar a Jesús llamando a sus primeros discípulos con su enfático “sígueme” (Jn 1,35-51).

Así pues, con sublime calidad literaria, Juan incita al lector a penetrar en el misterio de la mirada de Jesús: fija, firme, fuerte, dominante; acto seguido, sus labios, que pronuncian palabras de vida eterna, se dirigen al rudo pescador de Galilea y, en un acto profético e innegablemente vocacional, le define la misión a la que ha sido llamado, le cambia el nombre, le cambia la vida; en un mismo tiempo, lo nombra y lo llama.

¡Oh misterios divinos! ¿No es lo suficientemente claro, aquí, que este pescador ha sido elegido por Dios para un gran ministerio? Pues, hermosamente, el Hijo eterno del Padre le ha llamado, y le ha nombrado. Un doble acto vocacional.

Inmediatamente después de citar las imponentes palabras de Jesús, Juan hace una necesaria aclaración porque está escribiendo en griego: «que quiere decir, «Piedra»» (Jn 1,42b). Con esta explicación, el evangelista traduce para sus destinatarios el nombre de Pedro, de manera que puedan entender el significado, es decir, que Jesús lo ha llamado Roca; y pone así el telón de fondo para que el lector tenga conocimiento de a quién se está refiriendo: al conocido apóstol Kefá (Cefas).

Ahora bien, es importante detenerse en el cambio de nombre. De acuerdo con el manuscrito griego, en efecto, Jesús le “impone” el nombre de Kefá en tiempo futuro. Por eso, es al mismo tiempo una realidad presente y una profecía. Es una realidad, porque a partir de ese momento Simón ya es llamado Pedro. Pero es profecía, porque la misión será cumplida plenamente en Mt 16,18, donde Jesús le dice “tú eres” en lugar de “serás”, así como en Jn 21,15-17, donde lo instituye pastor universal de su Iglesia. 

Por otro lado, un dato curioso es que, de los treinta y dos versitos del texto griego de Juan donde se menciona el nombre de Pedro, diecisiete veces lo hace conservando su nombre y sobrenombre, su ser y su ministerio: “Simón Pedro”, tal como sucede con “Jesús Cristo” (Jesucristo). De hecho, desde la primera vez que el apóstol entra en escena (Jn 1,40-42) ya se presenta como “Simón Pedro”.

Es interesante también cómo su hermano Andrés, cuando es mencionado por el evangelista, lo hace en función de él:

«Andrés, el hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que habían oído a Juan y habían seguido a Jesús. Éste encuentra primeramente a su propio hermano, Simón, y le dice: “Hemos encontrado al Mesías” – que quiere decir, Cristo. Y le llevó a Jesús. Fijando Jesús su mirada en él, le dijo: “Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas” – que quiere decir, Piedra.»

(Jn 1, 40-42)

Pero ¿con qué intención lo hizo Juan? Realidad y profecía. Realidad, porque Jesús fijó su mirada en él y lo nombró Piedra. Profecía porque más adelante, en el momento más espantoso, en la noche oscura de la traición y la aprehensión de Jesús, Pedro se llenará de miedo, lo negará (cf. Jn 18,17.25.27) y llorará amargamente. Sin embargo, Jesús muerto en la cruz ha cumplido cabalmente con la voluntad del Padre, al tercer día resucitó de entre los muertos y se apareció a sus discípulos. Entonces, la realidad de Simón vuelve a ser profecía, pues Jesús se va a dirigir a Simón, el que lo negó tres veces, y le dirá:

«[…] Simón, hijo de Juan, ¿me quieres más que éstos? Le responde: Sí, Señor, tú sabes que te quiero. Jesús le dice: Apacienta mis corderos. Le pregunta por segunda vez: Simón, hijo de Juan, ¿me quieres? Le responde: Sí, Señor, tú sabes que te quiero. Jesús le dice: Apacienta mis ovejas. Por tercera vez le pregunta: Simón hijo de Juan, ¿me quieres? Pedro se entristeció de que le preguntara por tercera vez si lo quería y le dijo: Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero. Jesús le dice: Apacienta mis ovejas».

(Jn 21, 15-17)

Es aquí donde se revela cuál fue la intención de Jesús al nombrar a Simón “Pedro”. Simón, hijo de Juan según la carne, el pescador rudo y fuerte que se llenó de miedo y se hizo débil ante el terror de la cruz, ahora es restituido por el amor a Jesús, hijo de Dios, quien lo constituye pastor de sus corderos. Así pues, Simón, el hijo de Juan, es llamado Roca porque su misión y vocación será apacentar el rebaño de Jesús, el hijo de Dios.

Si se observa con atención, hay un nexo entre estas palabras y las de Mateo: “Simón hijo de Juan” (Jn 21,15), “Jesús hijo de Dios” (Mt 16,16). Esta intensidad literaria apunta, sin duda, al momento crucial en que la vocación profética de Simón se cumple:

«Díceles él: «Y vosotros ¿quién decís que soy yo?» Simón Pedro contestó: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo.» Replicando Jesús le dijo: «Bienaventurado eres Simón, hijo de Juan, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella«».

(Mt 16,15-18)

El nexo que hay entre los Evangelios solo puede ser de origen divino. Por un lado, Jesús se dirige a Simón diciendo: “hijo de Juan, te llamarás Kefá”. Por otro, Simón, el hijo de Juan, declara su fe diciendo “tú eres el hijo de Dios”; entonces llega el clímax de la relación entre los versitos, con las imponentes palabras de Jesús: “hijo de Juan, tú eres Kefá”.

Así como la vocación y misión de Jesús, hijo de Dios, es ser Mesías (Cristo), la misión y vocación de Simón, hijo de Juan, es ser Kefá (Roca), cimiento de la Iglesia del Hijo de Dios vivo.

Ciertamente, la conexión evangélica es innegable, pero esto aún no termina. No es posible ignorar, en este punto, las palabras de la Samaritana en el cuarto capítulo de Juan:

«Venid a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho. ¿No será el Cristo?»

(Jn 4,29)

Palabras que resuenan con esplendor en Mateo:

«¡Tú eres el Cristo!»

(Mt 16,17)

Mientras que algunos se preguntan, ¿será?, otro dice ¡tú eres! De tal manera que, el Pedro de Mateo representa a los confesores que aparecen en Juan: Natanael (cf. Jn 1,49), Marta (cf. Jn 11,27), incluso los apóstoles (cf. Jn 6,69).

Más aún, para Juan, Pedro es el responsable de pastorear el rebaño, siendo él un signo visible de unidad entre los demás apóstoles (cf. Jn 6,68-70). Aunque esta no sería la última profecía de Jesús. Después de pedirle que sea el pastor de su Iglesia, le revela que un día extenderá sus manos y será llevado a la muerte… una alusión a la muerte por crucifixión:

«Te lo aseguro, cuando eras mozo, tú mismo te ceñías e ibas adonde querías; cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras. Lo decía indicando con qué muerte había de glorificar a Dios. Después de hablar así, añadió: Sígueme»

(Jn 21, 18-19)

Así pues, el nombre de Pedro es todo un acontecimiento bíblico que revela no solo el presente sino la misión, no solo la realidad, sino la profecía. La realidad del ministerio de Pedro como pastor universal y la profecía de que sobre él estaría edificada la Iglesia para siempre, al mismo tiempo que la profecía de su propia muerte.

Pero ¿cómo, pues, estaría para siempre edificada la Iglesia sobre Pedro, si su muerte era parte de su misión? Esto él lo tenía muy claro, por eso, instituyó a su sucesor, y le confirió la responsabilidad y misión que Jesús mismo dejó sobre él[1]. El nombre de este sucesor es Lino (cf. 2 Tim 4,21).

A través del evangelio de Juan se puede conocer, pues, la vocación de Pedro, y cómo su nombre implica una realidad presente y profética que tiene cabal cumplimiento al ser constituido pastor universal del rebaño de Jesús.

Hay, además, una conexión que sólo puede darse en una obra literaria inspirada por Dios: todo lo que se dice de Pedro en el evangelio de Juan, se cumple en el de Mateo, donde se hace concreta la realidad profetizada en la vocación del apóstol. En otras palabras, “ te llamarás Kefá”, en el evangelio de Juan, resuena con estruendo en “eres Kefá”, del evangelio de Mateo.


[1] Pedro delegó su ministerio a Lino, aunque Clemente, quien sería elegido el tercer sucesor de Pedro, también fue ordenado Obispo por el Apóstol Pedro, de acuerdo con Tertuliano de Cartago.


Fuente: J. R. Getsemaní F. R., «Y sobre esta Piedra», 4ta edición (2020). Págs. 28-32