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Cuando murió Santa Teresita del Niño Jesús, la gran mística y doctora de la Iglesia, se cuenta que la cronista de su convento carmelita no sabía qué escribir sobre ella, pues parecía una religiosa más, sin ningún rasgo que la destacara (ignoraba la cronista la profundidad de las experiencias místicas de Teresita y su historia de entrega a Jesucristo). Y es que suele suceder que las cosas más importantes de las personas están ocultas para todo el mundo, menos para Dios. Quizás algo así podríamos decir de Sor María Laura Mainetti: de ella dicen los que la conocieron bien que era como «la santa de la puerta de al lado». O sea, era una buena y santa religiosa, como existen miles en el mundo, gracias a Dios. Pero jamás hubiéramos sabido de ella si Nuestro Señor no hubiera deseado que conociéramos el mundo interior de Sor María Laura: Él quiso que supiéramos cómo murió esta futura beata, cuando tenía sesenta años de edad. Y es que la manera en que muere una persona nos puede revelar mucho de ella. Por ejemplo, hay veces que uno, como sacerdote, va a dar los últimos sacramentos a un moribundo, cuando éste ya casi tiene un pie en la tumba, y uno descubre que el corazón de esta persona, en realidad, sigue aferrado a los afanes mundanos que no valen nada. O, leyendo las noticias de nuestra violenta ciudad, en ocasiones se describen los últimos momentos de algún ejecutado, implorando a sus asesinos que no los maten; no estaban ni mínimamente preparados para ese momento, para esa muerte que llega cuando uno menos la espera, como ladrón en la noche. En cambio, con Sor María Laura Mainetti, cuando llegó el momento de su muerte, inesperada, violenta, injusta, cruel, ella supo estar a las alturas de las circunstancias: tres adolescentes fanáticas la mataron en un ritual satánico el 6 de junio del 2000, en una población del norte de Italia. ¿Cómo reaccionó Sor María Laura? Lo dijeron las mismas asesinas en el juicio del crimen: las perdonaba por lo que estaban haciendo. ¡Las perdonó cuando ellas, llenas de odio, le estaban clavando 19 puñaladas después de golpear su cabeza contra una piedra! No se llega a eso por casualidad. ¿O habrá alguien que defienda que un ser humano, en medio de un ataque mortal en su contra, superando el miedo y el rencor, perdone a sus asesinos, así como así? Claro que no. La única explicación congruente es que la vida de esta religiosa italiana giraba en torno a la configuración con Jesucristo, al grado que fue fiel a Él hasta el último instante de su vida. Sor María Laura murió perdonando a sus asesinos, como San Esteban, el primer mártir de la historia; murió perdonando, como Santa María Goretti; murió perdonando, como Cristo mismo, su Esposo. Y, con el martirio de Sor María Laura, Dios nos sigue regalando a todos nosotros a manos llenas, pues nos da un modelo a imitar en esta cultura actual del odio y de la muerte. Miremos si no: una de las asesinas, hipócritamente, se hizo pasar por una chica en problemas, que estaba pensando en abortar a su bebé, y entonces cita a la religiosa, fingiendo pedir su ayuda, una noche (6 de junio del 2000), a solas, en un parque solitario, donde la asesinarían eventualmente. Es decir, los últimos instantes de su vida, Sor María Laura los vivió cumpliendo su deber de religiosa, al intentar salvar la vida de ese supuesto bebé a punto de ser abortado. Amando la vida, aceptó su muerte la nueva mártir. La llevaron a su muerte con mentiras, mientras ella iba a defender la verdad de la vida y de Cristo. Además, Sor María Laura murió porque era una figura sagrada, eclesial: el ritual satánico que querían realizar las chicas requería a un sacerdote o una religiosa para ser asesinados. Sor María Laura por tanto, como dice el Papa Francisco, es una mártir por odio a la fe. No obstante, existe una belleza especial en ello: cuando uno se une a Cristo verdaderamente, entonces los que aman a Cristo, nos aman y, viceversa: los que odian a Nuestro Señor, nos odian. Son consecuencias inevitables de la unión con el Crucificado. Sor María Laura, al ser religiosa profesa, estaba unida a Jesucristo, era su esposa, como todas las religiosas lo son. Pero, como Él, ante el odio respondió con amor y entregando su vida. Y, con su martirio y con su futura beatificación, Dios también quiere que nosotros aprendamos las enseñanzas que marcaron a Sor María Laura. Especialmente aquella frase que ella solía repetir cuando iba a rezar frente a Jesús Eucaristía: «Entra para rezar y sal de aquí para amar». ¡No está mal como para tener esta frase como una máxima de la vida! No sabemos qué será de las tres mujeres que mataron a Sor María Laura. En las noticias no se dice mucho de ellas. Dios quiera que se hayan arrepentido verdaderamente y que encuentren, cada una en sus respectivas historias, el camino de Cristo y de Su Iglesia. Pero sí sabemos qué será de Sor María Laura Mainetti. La misión de ella apenas comienza con su beatificación: intercederá por muchos de nosotros ante la Santísima Trinidad y estará junto a su amado Jesucristo, amándolo, por los siglos de los siglos.