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Les ruego, hermanos, por la misericordia de Dios, que se ofrezcan ustedes mismos como sacrificio vivo, santo y agradable a él: ¡este es el auténtico culto! Y no se acomoden a este mundo, al contrario, transfórmense mediante la renovación de la mente, para que puedan discernir cuál es la voluntad de Dios, lo que es bueno, agradable y perfecto (ROM 12,1-2)

En este capítulo 12 de la carta a los Romanos, san Pablo hace una fuerte exhortación de cómo se debe vivir la conducta cristiana que debe ser característica de aquel que se ha abierto por la fe y el bautismo, al don de Dios. Y esta vivencia tiene que ser experimentada desde el amor de Cristo que nos fue infundido por el Espíritu Santo. De este amor brotan los criterios que rigen relaciones, acciones y motivos de nuestra vida cristiana.

Es en este amor que nuestra vida tiene que ser oblación, sacrificio, ahí radica la verdadera entrega, en la donación de la propia vida a semejanza de Cristo nuestro Señor, ser pues cada uno victimas agradables para el sacrificio, no esperar que alguien más ofrezca su vida o pasar la batuta a otra persona, es lo que corresponde a cada uno de los que somos bautizados, en la entrega generosa a Dios y a los hermanos; si bien no todos estamos llamados a una consagración total en el sacerdocio o la vida religiosa, cada uno desde lo que nos toca vivir, la vocación específica a la que fuimos llamados, es necesario ser el sacrificio vivo, santo y agradable, generar un cambio importante desde el lugar en el que estamos porque como popularmente alguna vez hemos escuchado “la misión que Dios tiene preparada para ti, es especial y si la dejas o no de hacer nadie más la realizará”.

Considero importante, partiendo de mi experiencia y reflexión, el saber que, aunque vivamos en medio de un mundo, una realidad tan cambiante y pasajera, es vital encontrar en Cristo el ancla y el camino a seguir, ya que fácilmente podemos dejarnos envolver por lo que hay externo a nosotros y perder el sendero, sin embargo, solo en Dios encontramos la respuesta indicada para volver a él.

Seamos como dice san Pablo cristianos capaces de transformarnos en medio de la adversidad, teniendo la capacidad de ir contra corriente, no buscando vanagloria o renombre, al contrario, reflejando siempre por encima de nosotros a Cristo, “que entre más me vean, más encuentren a Jesús y su amor”.