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La fiesta litúrgica de San Pedro y San Pablo, celebrada el 29 de junio, se remonta a los primeros siglos del cristianismo. Ya en el siglo III, había evidencia de la veneración de estos apóstoles en Roma. Según la tradición, ambos apóstoles fueron martirizados en Roma durante la persecución de los cristianos bajo el emperador Nerón, alrededor del año 64 d.C. Se cree que Pedro fue crucificado cabeza abajo mientras que Pablo fue decapitado.

Pedro, el Príncipe de los Apóstoles, fue uno de los doce discípulos de Jesús y es considerado el primer Papa. Jesús fue quien le dio el nombre de Pedro (que significa “piedra”) y le dijo: «Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia» (Mt 16,18). Pablo, originalmente llamado Saulo, fue un fariseo y perseguidor de cristianos que se convirtió tras una experiencia mística con Cristo en el camino a Damasco. Es conocido como el Apóstol de los Gentiles debido a su misión de llevar el Evangelio a las naciones no judías. Sus epístolas forman una parte significativa del Nuevo Testamento.

La elección del 29 de junio para la celebración de la fiesta probablemente esté vinculada a la fecha de la traslación de las reliquias de Pedro y Pablo a lugares más seguros en Roma debido a las feroces persecuciones, y esta fecha marca el aniversario de ese evento.

La fiesta fue consolidándose en el calendario litúrgico a lo largo de los siglos. En el siglo IV, el Papa Silvestre I dedicó la basílica de San Pedro en el Vaticano y la basílica de San Pablo Extramuros en Roma, estableciendo estos lugares como importantes centros de peregrinación.

La celebración conjunta de San Pedro y San Pablo subraya la unidad y la universalidad de la Iglesia. Pedro, la roca sobre la que Cristo fundó su Iglesia, es visto como el líder de los apóstoles y el primer Papa, simbolizando la autoridad y la unidad de la Iglesia. Pablo, el Apóstol de los Gentiles, simboliza el dinamismo de la misión evangelizadora y la apertura de la Iglesia a todas las naciones.

Así, esta fiesta nos invita a reflexionar sobre la unidad en la diversidad, siguiendo el ejemplo de Pedro y Pablo, quienes, a pesar de sus diferencias, trabajaron juntos para difundir el Evangelio.

Esta solemnidad, pues, honra a los dos apóstoles más importantes de la Iglesia, considerados los pilares de la fe cristiana, fundadores del rito latino (romano), y mártires por su testimonio de Cristo. Y a nosotros, nos recuerda que somos llamados a renovar nuestra fe, nuestro compromiso con la misión evangelizadora de la Iglesia, y nuestra unidad con la Iglesia universal.

A propósito de la unidad de la Iglesia, una felicitación muy especial a nuestro querido Obispo, sucesor de los apóstoles, Mons. José Guadalupe Torres Campos, a quien hemos acompañado con motivo de su 40 aniversario de ordenación sacerdotal. Lo ponemos en oración, pues, como ha dicho San Ignacio de Antioquía (Carta a los Magnesianos, VI): “Que no haya nada entre vosotros que tenga poder para dividiros, sino permaneced unidos con el obispo y con los que presiden sobre vosotros como un ejemplo y una lección de incorruptibilidad”, y “Donde esté el obispo, ahí esté el pueblo; lo mismo que donde está Jesucristo, también está la Iglesia Católica”.

Julio Fernández
Instituto Diocesano de Teología