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«O, apología de la Sagrada Escritura»

Hace ya 31 años (en 1987) que, en el contexto de la Fiesta Juárez, unas 200 congregaciones evangélicas estaban reunidas en el Estadio Olímpico Benito Juárez, meditando sobre la unidad de los cristianos, cuando el Pastor Gerardo Bermúdez propuso la leyenda que aparece en el Cerro. La propuesta de Bermúdez era dar un mensaje que se quedara en la Ciudad, y que honraría a Dios; «y qué mejor que hacer un exhorto a la comunidad a leer su palabra» (El Diario, 2015).

El trabajo fue intenso y arduo; a finales de octubre de 1987, fechas en que se celebra el aniversario de la Reforma Protestante, más de 20 congregaciones evangélicas acudieron al cerro. Bermúdez contaba que unas 50 ancianitas le pidieron pintar las letras de la parte más alta, y fue así como subieron hasta lo alto, no sin un gran esfuerzo, solo para pintar «CD».

Dicho mensaje del cerro, en los últimos años, ha suscitado un cierto rechazo de algunos católicos, por el simple hecho de haber sido escrito por evangélicos.

Comenzaré por hablar de una ventaja personal: yo crecí con ese mensaje; es visible desde la ventana de mi casa, en la que viví los primeros 30 años de mi vida. Cuando lo pintaron, yo tenía 3. Tenerlo a la vista, en un cerro, era para mí un signo emblemático que me ayudó a siempre tener la conciencia de que «la Biblia es la verdad», aunque en varias etapas de mi vida haya, simplemente, ignorado el mensaje. Pero, al final, siempre llegaba a mí esa certeza.  Cuando era niño, a veces me quedaba viendo el cerro y mi imaginación volaba. Me preguntaba, ¿Cómo pudo llegar a nosotros la Palabra de Dios en un Libro? E inventaba historias de excavadores en las montañas, que descubrían el libro enterrado por Dios para que nosotros lo descubriésemos. Vamos, que era un chamaco. Pero, por ese cerro, ya me cuestionaba cosas importantes, como ¿de dónde ha venido la Biblia? A demás, hoy en día los más importantes y antiguos manuscritos se han encontrado en cuevas y catacumbas, curiosa relación salvando la distancia con mi imaginación.

Así pues, el primer argumento para rechazar el mensaje del cerro es «que lo escribieron evangélicos»; sin embargo, la verdad no está en función de quien la escribe; la verdad es la verdad, así la diga un ateo, un cristiano o un musulmán. Además, esa actitud causa divisiones, entonces los sectarios seríamos nosotros, que no podemos dialogar, y no ellos.

Luego, entonces, está el argumento central, y es que, algunos dicen:  «la Biblia no es la verdad, la verdad es Cristo». Pero esta afirmación representa una contradicción lógica en sí misma, porque Cristo es la Palabra única de la Sagrada Escritura:

«Recordad que es una misma Palabra de Dios la que se extiende en todas las escrituras, que es un mismo Verbo que resuena en la boca de todos los escritores sagrados, el que, siendo al comienzo Dios junto a Dios, no necesita sílabas porque no está sometido al tiempo» (San Agustín, Enarratio in Psalmum, 103,4,1).

Sabemos que la Escritura dice que Cristo es la Palabra de Dios, y no por eso negamos que, al mismo tiempo, la Biblia sea la Palabra de Dios (escrita). Por eso enseña el Catecismo que:

En la sagrada Escritura, la Iglesia encuentra sin cesar su alimento y su fuerza (cf. DV 24), porque, en ella, no recibe solamente una palabra humana, sino lo que es realmente: la Palabra de Dios (cf. 1 Ts 2,13). «En los libros sagrados, el Padre que está en el cielo sale amorosamente al encuentro de sus hijos para conversar con ellos» (DV 21). (Catecismo de la Iglesia Católica, 104)

La Biblia, pues, es la Palabra única de Dios: Cristo, porque en toda la Biblia es Cristo quien habla, y es Cristo quien se expresa. ¡Toda la Biblia habla de Cristo!, de Génesis a Apocalipsis.

Ahora bien, ¿la Biblia es la verdad? Algunos parecen adjudicarle un carácter absoluto a esta frase, como si fuese equivalente a decir que «fuera de la Biblia no hay otra verdad». Pero ese no es el mensaje del texto plasmado en el cerro. Lo cierto es que el lenguaje nos permite afirmar que la Biblia es la verdad, pues hablamos  del contenedor en razón del contenido. Es un recurso lingüístico válido llamar al contenedor por el nombre del contenido. La Biblia es un libro que contiene la Verdad,  por lo tanto la Biblia es la Verdad. Así como llamamos «Iglesia» al templo, no porque creamos que el templo es la Iglesia, sino en razón del contenido, es decir, el templo contiene a la Iglesia. Otro ejemplo, San Pablo a los Corintios:

Porque yo recibí del Señor lo que les transmití: que el Señor, la noche que era entregado, tomó pan, dando gracias lo partió y dijo: Esto es mi cuerpo que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía. De la misma manera, después de cenar, tomó la copa y dijo: Esta copa es la nueva alianza sellada con mi sangre. Cada vez que la beban háganlo en memoria mía. Y así, siempre que coman este pan y beban esta copa, proclamarán la muerte del Señor, hasta que vuelva. (1 Corintios 23-26)

¿Es que la sangre de Cristo es la copa en sí misma? ¿o el contenido?  San Pablo habla del Cáliz, de la Copa, en razón de su contenido. Es el vino el que se transforma en la Sangre de Cristo, no la copa, pero la copa contiene el vino, por lo tanto la alianza sellada con la Sangre de Cristo, es el vino y no la copa.

El Catecismo es claro al decir que la Biblia enseña la verdad, por lo tanto toda ella es verdad. Toda la Biblia es verdad, aunque no toda la verdad esté en la Biblia. Más aún, toda la verdad de la Biblia es para nuestra salvación. Claro, 4+4 = 8 es una verdad absoluta, pero no nos sirve para nada en orden a nuestra salvación. Lo que la Biblia enseña es para nuestra salvación. Por eso afirma el Catecismo:

Los libros inspirados enseñan la verdad. «Como todo lo que afirman los hagiógrafos, o autores inspirados, lo afirma el Espíritu Santo, se sigue que los libros sagrados enseñan sólidamente, fielmente y sin error la verdad que Dios hizo consignar en dichos libros para salvación nuestra» (DV 11). (Catecismo de la Iglesia Católica, 107)

En efecto, no tenemos una «religión del libro», no absolutizamos la Biblia. Nuestra fe está en la Palabra de Dios hecha carne en el vientre purísimo de María y que, por el Espíritu, inspiró las Sagradas Letras de la Biblia. Pero, creo que los católicos hemos menospreciado la Biblia. O, al menos, lo habíamos hecho hasta 1964, cuando el Concilio Vaticano II hizo todo lo posible por volver a traer las Escrituras al centro de la vida cristiana, sobretodo en el gran banquete del Pan de la Palabra, en la Liturgia. Por eso, dice la Constitución Dogmática sobre la Divina Revelación, del Concilio Vaticano II:

La Iglesia ha venerado siempre las Sagradas Escrituras al igual que el mismo Cuerpo del Señor, no dejando de tomar de la mesa y de distribuir a los fieles el pan de vida, tanto de la palabra de Dios como del Cuerpo de Cristo, sobre todo en la Sagrada Liturgia.  (Dei Verbum, 21)

¡Cuánta falta nos hace volver a esta afirmación del Concilio!  ¿Aún estás en contra del mensaje del cerro? ¿Quisieras que lo borraran?

En cierta ocasión, en el año 2014, El Diario entrevistó al Pastor Bermúdez, sobretodo en razón del aviso del Municipio de Juárez, de que borraría dicho mensaje; a lo que él contestó: «Yo las cosas se las dejo a Dios», mostrando así una profunda confianza en la gracia divina.

El Pastor Gerardo Bermúdez fue llamado a la presencia de Dios el 3 de Marzo del 2015.

Descanse en paz.

Cita final.

De igual forma el Santo Concilio exhorta con vehemencia a todos los cristianos en particular a los religiosos, a que aprendan «el sublime conocimiento de Jesucristo», con la lectura frecuente de las divinas Escrituras. «Porque el desconocimiento de las Escrituras es desconocimiento de Cristo». Lléguense, pues, gustosamente, al mismo sagrado texto, ya por la Sagrada Liturgia, llena del lenguaje de Dios, ya por la lectura espiritual, ya por instituciones aptas para ello, y por otros medios, que con la aprobación o el cuidado de los Pastores de la Iglesia se difunden ahora laudablemente por todas partes. Pero no olviden que debe acompañar la oración a la lectura de la Sagrada Escritura para que se entable diálogo entre Dios y el hombre; porque «a El hablamos cuando oramos, y a El oímos cuando leemos las palabras divinas. (Dei Verbum, 25)

Referencias

El Diario, 2015.  «Muere el autor de la famosa leyenda en el cerro juarense». Recuperado de: http://diario.mx/Local/2015-03-03_408a5b0e/muere-el-autor-de-famosa-leyenda-en-el-cerro-juarense/

Dei Verbum. Constitución Dogmática sobre la Divina Revelación. Recuperado de: http://www.vatican.va/archive/hist_councils/ii_vatican_council/documents/vat-ii_const_19651118_dei-verbum_sp.html

Catecismo de la Iglesia Católica, promulgado por S. Juan Pablo II. Recuperado de: http://www.vatican.va/archive/catechism_sp/p1s1c2a3_sp.html

La Biblia de Nuestro Pueblo (2006). Recuperado de: http://campus.idteologia.org/index.php?r=sagradaEscritura&compare=&db=bnp.db&book=46&chapter=11