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Resumen y Comentario de la 

“EXHORTACIÓN APOSTÓLICA GAUDETE ET EXSULTATE” (SOBRE EL LLAMADO A LA SANTIDAD EN LA SOCIEDAD ACTUAL)

DEL PAPA FRANCISCO

19 Marzo 2018

por el Pbro. Ramiro Rochín Gaxiola

 

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El objetivo de esta Exhortación Apostólica es renovar el llamado a la santidad que Dios nos hace a cada uno de nosotros. Consta de 177 puntos contenidos en alrededor de 40 páginas. Está dividido en cinco capítulos. El lenguaje que usa el Papa Francisco es sencillo y agradable, animado con muchas anécdotas y referencias a los santos. Se hizo pública por la Oficina de Prensa de la Santa Sede el 9 de abril del 2018 aunque al final del documento el Papa lo firma el 19 de marzo del 2018.

A continuación les comparto el resumen de este escrito:


RESUMEN

Los primeros números no tienen ningún subtítulo y funcionan a modo de una introducción del documento: el Papa dice que quiere renovar el llamado a la santidad que nos hace Dios a todos. Y aboga por una santidad «de la puerta de al lado», además de usar frases como «la clase media de la santidad». Con estas expresiones está hablando de una santidad accesible a todas las personas, no nada más a los monjes o religiosos. Se refiere, en general, a la santidad propia de la Iglesia militante (es decir, la de todos los bautizados).

Y, al mismo tiempo, se deja en claro que cada quien tiene que seguir su propio camino, pues cada vida es original y distinta a todas las demás, especialmente en el camino de la santidad. Se menciona que San Juan de la Cruz, cuando escribía el «Cántico Espiritual», prefería evitar reglas fijas para todos, y explicaba que sus versos estaban escritos para que cada uno los aproveche «según su modo».

CAPÍTULO PRIMERO.- EL LLAMADO A LA SANTIDAD

La santidad es ante todo, nos dice el Papa, vivir en unión con Cristo. O, más aun, la santidad es Cristo mismo amando en nosotros. Por ello se recomienda fomentar en todo esa unión con Jesucristo. En este sentido, la contemplación de la vida de Nuestro Señor, tal como la proponía San Ignacio de Loyola en sus «Ejercicios Espirituales», nos orienta a hacerla vida nuestra. Es decir, el Papa nos fomenta a conocer muy bien la vida de Jesús al grado de que podamos imitar sus actitudes en nuestra vida.

Y, al igual que Cristo, nuestra propia misión de santificación es inseparable de la construcción del Reino de Dios. Por tanto, no se puede rehuir el encuentro con el otro, ni rechazar el trabajo ni el servicio dentro de la sociedad. Es decir, no es un camino válido de santificación si nada más se piensa en el bienestar personal, sin tomar en cuenta los planes de Dios para el mundo. No se vale ser santo de manera egoísta.

Y, aunque nunca hay que olvidar al prójimo, al mismo tiempo no se deben descuidar los momentos de quietud, de soledad y de silencio ante Dios. Recalca el Papa que esto es especialmente necesario debido a la vida demasiado acelerada de hoy, que no propicia las pausas para este silencio y soledad. En otras palabras, dice el Papa que hay que vivir la contemplación en medio de la acción.

CAPÍTULO SEGUNDO.- DOS SUTILES ENEMIGOS DE LA SANTIDAD

En este capítulo el Papa advierte de dos actitudes muy peligrosas, que suelen disfrazarse de santidad pero que, en realidad, son lo diametralmente opuesto. Estas son:

1.- El gnosticismo.

Esta expresión es una referencia a la herejía de los primeros siglos del cristianismo, que ponía el énfasis en el conocimiento secreto de unos «iniciados». Aquí, en el uso que hace el Papa de este calificativo, se engloban todas aquellas personas que creen que lo importante es el conocimiento (la gnosis) que ellos tienen. Estos individuos creen que dominan los secretos del cristianismo: creen saber cómo es Cristo y qué es lo que quiere, y lo mismo con respecto a la Iglesia y la liturgia. Miran desde una altura superior al resto de los cristianos, y se consideran los únicos dueños de la verdad. Es el que dice: «yo sí sé, y los demás no». Y, en su ceguera, esta actitud hace creer a quien la padece que está llevando una vida santa. Pero sólo es un snobismo autocomplaciente y reduccionista, intolerante hacia quienes no estén de acuerdo con sus posturas. En realidad no les interesa Jesucristo y, queda claro, a todos los demás los desprecian como ignorantes.

En realidad, dice el Papa, comprendemos muy pobremente la Revelación y, con mayor dificultad todavía, logramos expresarla. Es decir, nadie puede presumir de conocer en ese grado máximo e incontrovertible a Dios. Por lo cual, la única actitud sensata ante la Revelación es la humildad. Por eso conviven lícitamente en la Iglesia distintas interpretaciones de muchos aspectos de la doctrina. Y el énfasis, más bien, no debe estar en el conocimiento intelectual, sino en la práctica de la vida cristiana. Algo así como lo que le escribió San Francisco de Asís a San Antonio de Padua: «Me agrada que enseñes sagrada teología a los hermanos con tal que, en el estudio de la misma, no apagues el espíritu de oración y devoción».

En otras palabras, si estudiamos teología, es para aprender mejor a vivir cristianamente. Se aprende para vivir: teología y santidad son un binomio inseparable.

2.- Pelagianismo.

Esta expresión es una referencia a la herejía del monje británico Pelagio, de los siglos IV y V, cuyo punto central es que el ser humano puede alcanzar la salvación por sus propias fuerzas, sin necesidad de la gracia divina. Los pelagianos de hoy, dice el Papa, hablan de la «gracia» pero, en realidad, creen en las propias fuerzas para conseguirlo todo 3 y no en la ayuda divina. Se obsesionan por cosas como el cumplimiento de los mandamientos y normas, las conquistas sociales y políticas, la práctica perfecta de las reglas litúrgicas, la doctrina, el prestigio de la Iglesia en el mundo actua, las dinámicas de autoayuda.

El problema con esta actitud, aclara el Papa, está en que cuando se da excesiva importancia a normas y costumbres o estilos, se encorseta en estructuras humanas a la Iglesia, y se le quita su sencillez cautivante y su sal. Se fosiliza a la Iglesia. En otras palabras, los nuevos pelagianos afirman que, si se practican o hacen ciertas cosas, automáticamente se logrará la salvación. Y se deja de lado la gratuidad del sacrificio de Cristo, que es lo único que logra nuestra redención.

Así, la verdadera santidad tiene las cosas claras y no pone el cumplimiento a las normas en el primer lugar. Este le corresponde a las virtudes teologales (fe, esperanza y caridad), que logran la unión con Dios. Y de estas virtudes, el primerísimo lugar lo tiene la caridad: lo más importante en la vida de un santo es el amor. El santo ama a Dios con ternura, con intimidad, con gratitud, y trata al prójimo, especialmente a los más necesitados, con ese mismo amor. Por ello, entre tantos preceptos, Jesús se abre camino y nos deja dos rostros: el del Padre y el del prójimo. O mejor dicho, solo el de Dios, porque el santo descubre en el rostro del prójimo el rostro de Dios mismo.

El Papa termina este capítulo con esta imploración: ¡Que Dios nos libere de los gnosticismos y pelagianismos!

CAPÍTULO TERCERO.- A LA LUZ DEL MAESTRO

Este es el capítulo más importante de la Exhortación. Aquí el Papa Francisco señala dos pasajes evangélicos que contienen la esencia de la santidad: las Bienaventuranzas (Mt 5, 3- 12; Lc 6, 20-23) y el Gran Protocolo (Mt 25, 31 -46), es decir, los criterios que usará Nuestro Señor en el Juicio Final, que determinarán quién se salva y quién se condena.

Las Bienaventuranzas

Aquí, bienaventurado o feliz, es sinónimo de santo. Es decir, la santidad está en las bienaventuranzas. A continuación el Papa explica cada una de ellas:

1.- “Felices los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos”

El que tiene un espíritu de pobre ha puesto su confianza en Dios y no en los bienes materiales. Es algo muy parecido a la «santa indiferencia» de la que habla San Ignacio de Loyola, donde da lo mismo la salud o la enfermedad, la riqueza o la pobreza, esta cosa o la otra, y lo única que importa es responderle a Dios donde El nos quiera, alcanzando así una hermosa libertad interior. Por su parte, Lucas no habla de una pobreza “de espiritu”, sino de ser “pobres” a secas (Lc 6, 20), y así nos invita a una existencia austera y despojada. Es decir, significa ser pobre en el corazón.

2.- “Felices los mansos, porque heredarán la tierra”

Esta mansedumbre es lo opuesto a la ira, a la imposición agresiva. Consiste sobre todo en soportar con caridad las limitaciones y defectos ajenos. Así lo dice Santa Teresita del Niño Jesús: “La caridad perfecta consiste en soportar los defectos de los demás, en no escandalizarse de sus debilidades”. Admite el Papa que, en este punto, tristemente la Iglesia se ha equivocado muchas veces.

3.- “Felices los que lloran, porque ellos serán consolados”

En el mundo actual se suelen ignorar las situaciones dolorosas y hasta se esconden. Es un mundo que no quiere llorar en lo absoluto. En cambio, el santo no rehuye el encuentro con el que sufre y logra ver la realidad. Y ante este espectáculo, llora frecuentemente en su corazón. Está consciente de que, el que está en el dolor, es su hermano, es carne de su carne, y no teme acercarse hasta tocar su herida. Y a ese que llora, Jesús mismo es quien lo consuela.

4.- “Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos quedarán saciados”

Esta justicia no es la que se entiende en el mundo, la cual muchas veces está manchada por la corrupción. Es la justicia divina, la de Jesús, y que tiene como objeto principal a los desamparados. Esta justicia con toda seguridad, tarde o temprano, llegará. Y entonces los que tenían hambre y sed de ella, serán saciados.

5.- “Felices los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia”

Esta misericordia tiene dos aspectos: servir a los otros y perdonarlos. Es parecerse a Dios mismo, infinitamente misericordioso, porque dar y perdonar es tratar de imitar la perfección de Dios.

6.- “Felices los de corazón limpio, porque ellos verán a Dios”

El corazón simboliza en la Biblia el lugar de donde surgen las intenciones verdaderas. El que es de corazón limpio es alguien lleno de sencillez, pureza, con un corazón sin suciedad, sin dobleces, sin malos deseos. Ellos podrán ver a Dios porque lo descubrirán ya desde aquí en el prójimo más necesitado.

7.- «Felices los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios»

No se trata de cualquier paz, sino de esa paz que constantemente Jesús daba a sus discípulos («La paz esté con ustedes»). Y para esto se requiere una gran amplitud de mente y de corazón, porque hay que saber integrar también a la gente difícil en una paz evangélica. 5 Se trata de ser artesanos de la paz: se requiere serenidad, creatividad, sensibilidad y destreza.

8.- «Felices los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos»

El santo no puede aspirar a tener una vida fácil, cómoda, sin persecuciones, pues esto sería sumergirse en una oscura mediocridad, porque «quien quiera salvar su vida la perderá» (Mt 16, 25). Pero, al mismo tiempo, el santo es querido y apreciado por un número grande de personas. Un santo no es alguien raro, lejano, que se vuelve insoportable por su vanidad, su negatividad y sus resentimientos.

El Gran Protocolo

En (Mt 25, 31-46) está el protocolo sobre el cual seremos juzgados. Ser santos no significa blanquear los ojos en un supuesto éxtasis. Significa sobre todo reconocer a Cristo en los pobres y sufrientes. Y practicar, por tanto, con los más necesitados, las obras de misericordia.

El Papa pone un ejemplo de una situación concreta: ¿Cómo reaccionar ante alguien que, cerca de nosotros, duerme a la intemperie en una noche fría? Y si no lo ayudamos, ¿qué significa ser cristiano entonces?

El Gran Protocolo implica para los cristianos una sana y permanente insatisfacción, pues no se puede estar conforme viendo tantas necesidades a nuestro alrededor. En realidad, se debe buscar un cambio social.

Las ideologías que mutilan el corazón del Evangelio

A esta altura del documento el Papa abre una especie de paréntesis para advertirnos de dos errores, nacidos de ideologías actuales, que afectan la práctica de las obras de misericordia:

1.- El primero es separar las exigencias evangélicas de ayuda al necesitado de la relación personal con el Señor. Así, el cristianismo se convierte en una especie de ONG. A San Francisco de Asís, a San Vicente de Paúl, a Santa Teresa de Calcuta y otros muchos, ni la oración, ni el amor a Dios, ni la lectura del Evangelio les disminuyeron la pasión o la eficacia de su entrega al prójimo, sino todo lo contrario.

2.- El segundo error ideológico es de los que viven sospechando del compromiso social de los demás, considerándolo algo superficial, mundano, secularista, inmanentista, comunista, populista, etc. Por ejemplo, hacer menos el problema de los migrantes, en comparación de los temas «serios» de la bioética. Y, con esta actitud, se descuidan en general todas las obras de misericordia.

El culto que más le agrada a Dios

Es fácil olvidar que el criterio para evaluar nuestra vida es ante todo lo que hicimos con los demás. El mejor modo de discernir si nuestro camino de oración es auténtico será mirar en qué medida nuestra vida se va transformando a la luz de la misericordia, que «es la llave del cielo». Las acciones que más agradan a Dios son las obras de misericordia con el prójimo.

Es lo que había comprendido muy bien Santa Teresa de Calcuta: «Sí, tengo muchas debilidades humanas, muchas miserias humanas […] Pero él baja y nos usa, a usted y a mí, para ser su amor y su compasión en el mundo, a pesar de nuestros pecados, a pesar de nuestras miserias y defectos. Él depende de nosotros para amar al mundo y demostrarle lo mucho que lo ama. Si nos ocupamos demasiado de nosotros mismos, no nos quedará tiempo para los demás».

En este sentido, el consumismo hedonista puede jugarnos una mala pasada, porque en la obsesión por pasarla bien terminamos excesivamente concentrados en nosotros mismos, en nuestros derechos y en esa desesperación por tener tiempo libre para disfrutar. Será difícil que nos ocupemos y dediquemos energías a dar una mano a los que están mal si no cultivamos una cierta austeridad, si no luchamos contra esa fiebre que nos impone la sociedad de consumo para vendernos cosas, y que termina convirtiéndonos en pobres insatisfechos que quieren tenerlo todo y probarlo todo. También el consumo de información superficial y las formas de comunicaicón rápida y virtual pueden ser un factor de atontamiento que se lleva todo nuestro tiempo y nos aleja de la carne sufriente de los hermanos. En medio de esta vorágine actual, el Evangelio vuelve a resonar para ofrecernos una vida diferente, más sana y más feliz.

Finalmente, el Papa termina con este consejo: «Recomiendo vivamente releer con frecuencia estos grandes textos bíblicos [las Bienaventuranzas y el Gran Protocolo], recordarlos, orar con ellos, intentar hacerlos carne. Nos harán bien, nos harán genuinamente felices.»

CAPITULO CUARTO.- ALGUNAS NOTAS DE LA SANTIDAD EN EL MUNDO ACTUAL

En este capítulo, en primer lugar, el Papa da por sentado los siguientes medios de santificación, que la Iglesia siempre ha valorado: los distintos métodos de oración, la Eucaristía y la Reconciliación, la ofrenda de sacrificios, las devociones, la dirección espiritual y otros. Pero, aclarado esto, el Papa quiere remarcar cinco puntos que él considera nunca deben faltar en el camino de santidad hoy en día:

1.- Aguante, paciencia y mansedumbre

Esto significa estar bien firmes en Dios, centrados en Él. Es solidez interior, que llena de paciencia y constancia. Es la fidelidad del amor. Y así, bien unidos a Dios, se pasa a considerar siempre a los otros como superiores a uno. Esto se manifiesta en actitudes concretas, como procurar siempre que sean los otros los que nos aconsejen y enseñen, y no nosotros a ellos. Pero, sobre todo, esto se ve si nos alegramos con los éxitos ajenos. Y el Papa cita entonces a San Juan de la Cruz: «Gozándote del bien de los otros como de ti mismo, y queriendo que los pongan a ellos delante de ti en todas las cosas, y esto con verdadero corazón. De esta manera vencerás el mal con el bien y echarás lejos al demonio y traerás alegría de corazón. Procura ejercitarlo más con los que menos te caen en gracia. Y sabe que si no ejercitas esto, no llegarás a la verdadera caridad ni aprovecharás en ella». Por último, esta paciencia y mansedumbre implica la verdadera humildad, que nunca es ajena a las humillaciones. Solo en la humillación, al modo como Cristo la sufrió, se alcanza la humildad.

2.- Alegría y sentido del humor

Es cierto que en la vida hay momentos duros, tiempos de cruz, pero nada puede destruir la alegría sobrenatural, que se adapta y se transforma, y siempre permanece al menos como un brote de luz que nace de la certeza personal de ser infinitamente amado, más allá de todo. Y esta alegría cristiana está acompañada del sentido del humor, como en Santo Tomás Moro, San Vicente de Paúl y San Felipe Neri. Que quede claro que el mal humor no es un signo de santidad. Además, esta alegría se vive en comunión, y nos hace capaces de gozar con el bien de los otros.

3.- Audacia y fervor

Audacia, entusiasmo, hablar con libertad, fervor apostólico, todo eso se incluye en el vocablo griego «parresía» que se usa en la Biblia (Mc 6, 50) (Mt 28, 20) (Hch 4, 29; 9, 28; 28, 31) (2 Co 3, 12) (Ef 3, 12) (Hb 3, 6; 10, 19). Y cabe recordar que Pablo VI mencionaba, entre los obstáculos de la evangelización, precisamente la carencia de «parresía»: «La falta de fervor, tanto más grave cuanto que viene de dentro».

El Papa pone el ejemplo de la audacia y valentía de Dios mismo: ¡Dios no tiene miedo! ¡No tiene miedo! Él va siempre más allá de nuestros esquemas y no le teme a las periferias. Él mismo se hizo periferia (Flp 2, 6-8) (Jn 1, 14). Por eso, si nos atrevemos a llegar a las periferias, allí lo encontraremos, él ya estará allí. Jesús nos primerea en el corazón de aquel hermano, en su carne herida, en su vida oprimida, en su alma oscurecida. Él ya está allí.

4.- En comunidad

Es muy difícil luchar contra la propia concupiscencia y contra las asechanzas y tentaciones del demonio y del mundo egoísta si estamos aislados. La santificación es un camino comunitario, de dos en dos. Así lo reflejan algunas comunidades santas. En varias ocasiones la Iglesia ha canonizado a comunidades enteras que vivieron heroicamente el Evangelio o que ofrecieron a Dios la vida de todos sus miembros. Pensemos, por ejemplo, en los siete santos fundadores de la Orden de los Siervos de María, en las siete beatas religiosas del primer monasterio de la Visitación de Madrid, en san Pablo Miki y compañeros mártires en Japón, en san Andrés Kim Taegon y compañeros mártires en Corea, en san Roque González, san Alfonso Rodríguez y compañeros mártires en Sudamérica. También recordemos el reciente testimonio de los monjes trapenses de Tibhirine (Argelia), que se prepararon juntos para el martirio. Del mismo modo, hay muchos matrimonios santos, donde cada uno fue un instrumento de Cristo para la santificación del cónyuge. Vivir o trabajar con otros es sin duda un camino de desarrollo espiritual. San Juan de la Cruz decía a un discípulo: estás viviendo con otros «para que te labren y ejerciten».

Especialmente en la comunidad santa que formaron Jesús, María y José, se reflejó de manera paradigmática la belleza de la comunión trinitaria. La comunidad que preserva los pequeños detalles del amor, donde los miembros se cuidan unos a otros y consituyen un espacio abierto y evangelizador, es lugar de la presencia del Resucitado. El Papa menciona, entre estos detalles, las tres palabras clave «permiso, gracias, perdón», porque las palabras adecuadas, dichas en el momento justo, protegen y alimentan el amor día tras día.

5.- En oración constante

El santo es una persona que necesita comunicarse muchas veces al día con Dios. Y es en esa comunicación donde se disciernen los caminos que Dios quiere para nosotros. Además, dice el Papa Francisco, que si no permites que Jesús te alimente con su calor y su ternura, en la oración, entonces no tendrás ese fuego divino.

Por otro lado, esta oración no separa jamás de la realidad externa y debe llevar inevitablemente a encontrarnos con el mismo Jesús, pero en la Eucaristía.

CAPITULO QUINTO.- COMBATE, VIGILANCIA Y DISCERNIMIENTO

El combate y la vigilancia

La vida cristiana es un combate permanente. Es combate contra el mundo y la mentalidad mundana, contra la propia fragilidad e inclinaciones, y es lucha constante contra el diablo (Lc 10, 18).

Con respecto a la lucha contra el diablo, éste no necesita poseernos. Más bien pone sus esfuerzos en envenenarnos con el odio, con la tristeza, con la envidia y con todo tipo de vicios. Y los mejores remedios para vencer al diablo son la fe, la oración, la meditación de la Sagrada Escritura, ir a la Misa, la adoración eucarística, el sacramento de la reconciliación, la práctica de las obras de caridad, la vida comunitaria y el empeño misionero.

En este camino de lucha y combate, el desarrollo de lo bueno, la maduración espiritual y el crecimiento del amor son el mejor contrapeso ante el mal. Nadie resiste si opta por quedarse en un punto muerto, si se conforma con poco, si deja de soñar con ofrecerle al Señor una entrega más bella. Menos aún si cae en un espiritu de derrota, porque el que comienza sin confiar perdió de antemano la mitad de la batalla y entierra sus talentos. El triunfo cristiano es siempre una cruz, pero una cruz que al mismo tiempo es bandera de victoria, que se lleva con una ternura combativa ante los embates del mal.

El discernimiento

Hay que pedirlo al Espíritu Santo y hay que desarrollarlo con la oración, la reflexión, la lectura y el buen consejo. Pero ayuda también hacer un examen de conciencia todos los días en diálogo con el Señor.

La corrupción espiritual es peor que la caída de un pecador, porque se trata de una ceguera cómoda y autosuficiente donde todo termina pareciendo lícito. Así acabó sus días Salomón. Es el caso del exorcizado que terminó con siete espíritus malignos (Lc 11, 24-26). O el «perro que vuelve a su propio vómito» (2 P 2, 22) (Pr 26, 11) (2 Co 11, 14).

Por último, el Papa Francisco quiere que María corone estas reflexiones. Nuestra Madre no necesita de muchas palabras, no le hace falta que nos esforcemos demasiado para explicarle lo que nos pasa. Basta musitar una y otra vez: «Dios te salve, María…»

¡Que anhelemos ser santos para la mayor gloria de Dios! ¡Así compartiremos una felicidad que el mundo no nos podrá quitar!