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Seguramente muchos de ustedes siguieron la notica en semanas pasadas sobre el bochornoso incidente que tuvo lugar en la fila del puente internacional Santa Fe, donde un pleito se originó cuando una persona no tuvo la educación cívica de hacer la fila y abusivamente se metió entre los carros que estaban esperando su turno para cruzar a El Paso,TX. Fueron muchos los eventos que se desencadenaron por simplemente no querer esperar. Al parecer vivimos en una sociedad que ha perdido la capacidad de espera, hoy el mundo no tiene tiempo que perder, todo lo que quiere o necesita lo tiene en cuestión de segundos al alcance de un “click”, desde tareas tan sencillas como realizar algún pago, hasta actividades más complejas e importantes como administrar un negocio o establecer comunicación con los seres queridos, todo sin la necesidad de interactuar personalmente con el otro. Nos hemos acostumbrado tanto a esta velocidad de vida que muchos han dejado poco a poco de ser tolerantes, empáticos y pacientes con los defectos y limitaciones de los demás. Al dejar de lado las relaciones interpersonales reales, muchos otros se han vuelto egoístas y desconsiderados, creyéndose el centro del universo, donde sus deseos y necesidades deben de ser cumplidos a como de lugar, sin importar el otro, donde la consideración y la paciencia no tienen cabida a la hora de satisfacer los propios caprichos. Esta incapacidad va más allá de las cosas triviales y cotidianas, como hacer la fila del puente, pues también ha desgastado la capacidad de esperar en los aspectos más transcendentales de la vida, como descubrir nuestra vocación, encontrar a la persona que Dios ha pensado para nosotros, a esperar en los momentos de prueba y sufrimiento, así como también la vivencia plena de la espera más importante de todas: nuestro encuentro definitivo con Dios.
La palabra “espera” viene del latín spēs que significa esperanza, según el Catecismo de la Iglesia Católica, la esperanza es la virtud teologal por la que aspiramos al Reino de los cielos y a la vida eterna como felicidad nuestra (CCE 1817), asume las esperanzas que inspiran las actividades de los hombres y las purifica para ordenarlas al Reino de los cielos (CCE 1818). Pero esperar no es siempre fácil, sobre todo cuando creemos que lo que esperamos es algo bueno para nuestra vida y no alcanzamos a comprender porque Dios nos lo niega. El Papa Benedicto XVI en la encíclica Spe Salvi, citando a San Agustín, dice que
“El hombre ha sido creado para una gran realidad, para Dios mismo, para ser colmado por Él. Pero su corazón es demasiado pequeño para la gran realidad que se le entrega. Tiene que ser ensanchado. <<Dios, retardando [su don], ensancha el deseo; con el deseo, ensancha el alma y, ensanchándola, la hace capaz [de su don]>>.
Este ensanchamiento del corazón causa dolor; esperar no es una acción pasiva, es un acto santificador, el medio por el cual Dios nos hace capaces de su amor. Pero no solo nuestro corazón está inquieto por Dios, también el corazón de Dios está inquieto por sus hijos, nos está buscando y no descansará hasta encontrarnos. Qué hermoso sería que nuestra espera se encontrara con la de Dios, y nos dejáramos colmar por su amor, permitiéndonos descansar en sus brazos, en la confianza de sentirnos verdaderamente amados, esperados y encontrados, gozando de la paz de sabernos hijos suyos, confiados en saber que, aunque en esta tierra no se cumpla lo que anhelamos, llegará la eternidad y ahí no tendremos que aguardar más para saciar los anhelos más profundos de nuestro corazón. El tiempo de espera es también un tiempo de gracia, es una bendición disfrazada, pues grandes son los regalos espirituales que un corazón que sabe esperar recibe. “El tiempo de todas maneras va a pasar (era una frase que mi abuelita me decía cuando era una niña y me quejaba del tiempo que faltaba para lograr alguna meta en la vida), es mejor que cuando pase te encuentre preparada”. Sea cual sea la temporada de espera en la que estés, haz que el tiempo cuente, sólo Dios sabe el porqué nos hace esperar y sólo Él sabe por cuánto tiempo más lo haremos, lo que tú y yo sí sabemos es que nuestra vida esta en sus manos y que por muy dolorosas que sean las circunstancias, Su único deseo es que todos los hombres se salven (1Tim2,4), es decir que pasemos la eternidad con Él.
Que María Santísima, la Mujer de la espera, nos acompañe en los momentos de incertidumbre de nuestra vida y nos enseñe a esperar como Ella lo hizo, siempre alegre y siempre confiando en el Señor.
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