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Cuando llegaron a un lugar llamado Getsemaní, Jesús dijo a sus discípulos: Siéntense aquí mientras voy a orar. Se llevó consigo a Pedro, Santiago y Juan, y comenzó a sentir temor y angustia. Entonces les dijo: ¡Me muero de tristeza! Quédense aquí y vigilen. Y, alejándose un poco, se postró en tierra y oraba pidiendo que, si fuera posible, no tuviera que pasar por aquella hora. Decía: ¡Abbá, Padre, tú lo puedes todo! Aparta de mi esta copa, pero que no se haga mi voluntad, sino lo que quieres tú. (Marcos 14, 32-36)

Este es un texto que en muchas reflexiones a lo largo de la historia ha tenido cabida, es común escuchar referirlo cuando se quiere resaltar sobre todo la parte de la obediencia intachable del Hijo con el Padre. En donde Jesús sabiendo que tiene que enfrentar la muerte le pide al Padre que se haga su voluntad; es en este punto donde personalmente había centrado en algunas ocasiones mi reflexión, es un texto que muestra por completo una humanidad quebrantada por parte de Jesús, lejos de verlo como el Hijo obediente en donde ama hasta el extremo y da la vida por los amigos, se encuentra un Jesús que incluso el evangelista expresa, que moría de tristeza.

Hace algunos meses preparando la clase de Teología Trinitaria para compartirla en Instituto Diocesano de Teología, en el libro del Cardenal Ladaria El Dios vivo y verdadero, encontré un apartado en donde citando al teólogo Von Balthasar, se habla de una teología de la entrega, partiendo de la presencia Trinitaria en la cruz, esta perspectiva teológica permite ver que el Padre entrega al Hijo para morir por amor, y el Hijo se entrega a la muerte por amor al Padre y a todos. Sin embargo, esta entrega viene de una lucha interna vista en Jesús, donde él siente el abandono por parte de los suyos, e incluso por el Padre por la manera que se dirige a él en la oración en el huerto y en la cruz, inclusive parece no estar el Espíritu que le permite tener la cercanía filial, esta Jesús solo.

Este abandono en el huerto y en la cruz, es lo que le permite experimentar la vivencia del puro pecado -menciona Von Balthasar-, Cristo ahora pertenecería a los refaim (los impotentes), y estando en el sheol después de morir, podría darse la comunión perfecta de la Trinidad por la Resurrección, siendo el acontecimiento fundante de nuestra fe, tal como lo menciona san Pablo en la primera carta a los Corintios. Este abandono se podría pensar es una contradicción tremenda, por el hecho de cómo se podría dar una separación en Dios, sin embargo, lo que produce esta separación es una profunda unión, que se muestra en el Espíritu que une al Padre y al Hijo.

Muchas veces en nuestra vida, podemos experimentar este mismo sentimiento de abandono por parte de Dios, incluso puedo asegurar que hemos implorado de la misma manera que Jesús lo hizo, ya sea por una enfermedad, alguna problemática familiar o una necesidad personal, y en ocasiones Dios permanece callado y eso genera desolación porque ya no nos sentimos abrazados por él, incluso alguna vez alguien me dijo: “es que Dios me ignora nunca me escucha, creo que mejor dejare de pedirle y de hablarle”. Es aquí donde entra nuestra condición de hijos e hijas no solo de obedecer y continuar, sino de amar y confiar, ya que después de este abandono, después de esta lejanía que podemos experimentar vendrá la resurrección, vendrá el cumplimiento de la promesa, vendrá el amor que brota de lo más profundo de Dios a tu vida.

Es una invitación muy clara la que hoy por medio de estas líneas quiero hacerte, no desistas, continua y siempre ten presente a Jesús, que, en el momento de prueba máxima, aun con su humanidad a punto de quiebre, se mantuvo en pie, porque confiaba, amaba y sobre todo porque tenía una relación muy íntima con el Padre, de la misma manera hemos de ser y caminar nosotros en este sendero de la fe.