[ A+ ] / [ A- ]

Esta figura de Jesús es, además, una de las más aceptadas desde siempre en el cristianismo. De hecho, no deja de impactar que, en algunas catacumbas muy antiguas, se encuentran las primeras imágenes de Jesús, y está representado como el Buen Pastor, cargando a una oveja sobre su cuello.

Y, aunque reconocemos que Cristo es el Buen Pastor, ya desde el Antiguo Testamento se ha reflexionado profundamente esta figura. Por todo esto, en estas líneas intentaremos ahondar en lo que significa hoy en día, para nosotros, esta manera de describir a Nuestro Señor.

EL OFICIO DE PASTOR ES UN TRABAJO DURO, EXTENUANTE

En primer lugar hay que aclarar algo que hoy no es tan obvio: el oficio de pastor es un trabajo duro, pesado, que agota al que lo ejerce. Esto es algo evidente para la gente que ha sido criada en los ambientes rurales y ha conocido de primera mano la labor de los pastores. Pero no tanto para los citadinos modernos, que pueden equivocarse fácilmente, creyendo que el cuidado de un pastor hacia sus ovejas es como el de un hombre moderno que trata con cariño y simpatía a sus mascotas, o con el afecto que tienen las sociedades protectoras de animales con los perros callejeros. Este error nos haría considerar a Cristo de una manera en extremo dulzona y sentimental cuando pensamos en Él como el Buen Pastor. Pero Cristo no es así. Cristo es el que se agota, el que se esfuerza, el que trabaja duro para guiar a su rebaño y cuidarlo, el que ama hasta el extremo, sacrificándose. El Buen Pastor es el que cuida y se preocupa de su rebaño un día sí, y otro también. Y es que nuestro Buen Pastor es, a la vez, el Hombre-Dios que cuelga de una cruz, que lo ha dado absolutamente todo, sin guardarse ni ahorrarse nada.

Y precisamente porque es un trabajo duro y extenuante, siempre existe la fuerte tentación entre los sacerdotes y los obispos, quienes están llamados a ser como el Buen Pastor, de caer en el descuido o de abandonar completamente este testimonio, cayendo en el desinterés.

PASTOREAR OVEJAS ES DIFERENTE A PASTOREAR OTRAS ESPECIES

Explicaba una vez un ranchero a unos citadinos la diferencia entre cuidar vacas y cuidar ovejas. Básicamente su explicación se puede resumir así: a las vacas se les «empuja»; en cambio, a las ovejas hay que «liderarlas». Así, por ejemplo, tenemos a los típicos cowboys empujando a los ganados vacunos. En contraste, los rebaños de ovejas tienen que ver al pastor como su líder, yendo adelante de todas las ovejas, guiando la ruta a seguir.

Además, los rebaños de ovejas del Medio Oriente, como los que conoció Nuestro Señor, y de los cuales todavía existen algunos, tienen la característica que las ovejas se identifican profundamente con su pastor, al grado de saber reconocer con claridad su voz o su silbido, entre muchas voces y silbidos. Así ocurre que, a veces, se encuentran en un solo lugar varios rebaños de ovejas, porque sus respectivos pastores han ido a alguna reunión. Y, cuando uno de los pastores tiene que retirarse temprano, le basta llamar a sus ovejas y éstas, y nada más éstas, lo siguen. Solamente sabiendo estos detalles de los rebaños ovejeros podemos entender plenamente expresiones de Nuestro Señor como: «mis ovejas conocen mi voz».

Por otro lado, es fácil que una oveja se pierda cuando ha perdido contacto con su pastor. Las ovejas no son como los perros o gatos, famosos por saberse orientar fácilmente, casi de manera instintiva. Es decir, definitivamente las ovejas tienen una gran necesidad de tener un pastor. Por eso, aquí no está de más anotar que los seres humanos somos esas ovejas, y que necesitamos ser guiados por Cristo, nuestro Buen Pastor. Y, como dice la sabiduría popular, «el que no conoce a Dios donde quiera se anda hincando». Es decir, si no pertenecemos al rebaño de Cristo, de cualquier manera seremos ovejas que sigan a otro líder. Por ello es fácil equivocarse en la vida y poner en el lugar de Dios a cualquier ídolo o sustituto. Esta necesidad que tenemos de seguir a un guía puede perdernos al hacernos ir detrás de algún ídolo de barro (otras creencias, otras personas, el amor al dinero o alguna otra pasión desordenada) que se nos convierta en un falso pastor.

LOS FALSOS PASTORES

Nuestro Señor nos advierte que hay unos falsos pastores: son los que no entran por la puerta, sino que son ladrones y salteadores (se saltan la cerca en lugar de entrar por la puerta). Son mercenarios y asalariados. Estas palabras la Iglesia las ha interpretado siempre como aquellos que pretenden cuidar al rebaño, pero en realidad sólo ven por sus intereses individuales y egoístas. Se sirven del rebaño para sus propios fines.

Tristemente esto le puede pasar también a algún sacerdote u obispo católico que, en lugar de cuidar al rebaño como lo haría Cristo, se apropian de las ovejas y las usan para sus beneficios personales: adquirir honores, bienes materiales, placeres mundanos o cosas similares.

Es famoso un sermón de San Agustín sobre los Pastores, y allí ataca duramente a los que se hacen llamar pastores de Cristo, pero en lugar de eso ni curan a la oveja enferma ni la alimentan, e incluso dan muerte a las ovejas fuertes, sobre todo con el mal ejemplo y testimonio de sus vidas.

EL BUEN PASTOR DA LA VIDA POR LAS OVEJAS

La figura de Cristo como Buen Pastor tiene muchas semejanzas al oficio de los pastores de ovejas del antiguo Medio Oriente. Pero difiere en un aspecto esencial. Vamos, ¿quién ha sabido que alguna vez algún pastor haya dado su vida voluntariamente para salvar la vida de una oveja? Lo consideraríamos una locura, ¿no es cierto? Y, sin embargo, Nuestro Señor es ese Pastor que da su vida para salvar a las ovejas. ¡Qué gran diferencia con todos los demás pastores! Nuestro Señor ha dado su vida por las ovejas con su pasión y muerte en la cruz. ¡Es un Pastor locamente enamorado de su rebaño!

EL SACERDOTE ESTÁ LLAMADO A SER OTRO BUEN PASTOR

Generalmente Cristo cumple su labor de Buen Pastor a través de los sacerdotes diocesanos y los obispos. Y, a lo largo de la historia del cristianismo, muchos de ellos han dado su vida por las ovejas del rebaño de Cristo. Y sigue ocurriendo incluso hoy, en el siglo XXI. Ahora que estamos padeciendo la epidemia del Covid-19, tenemos noticias, a lo largo y ancho del mundo, de muchos sacerdotes que se han contagiado sirviendo a los enfermos de coronavirus, y no pocos de esos sacerdotes han muerto por esta enfermedad. Pero no es algo extraordinario, pues siempre que han habido epidemias, desde hace dos mil años, siempre han habido sacerdotes que han muerto en ellas sirviendo a los contagiados, cumpliendo su ministerio sacerdotal.

Pero también se entrega la vida con el servicio generoso y humilde, sacrificado y por amor a las ovejas de Cristo en la oración, administración de los sacramentos, en la predicación, en la dirección espiritual, en el acompañamiento a los grupos eclesiales y en todas las actividades propias de un sacerdote. Y, aunque es cierto que existen (siempre han existido) malos sacerdotes, la inmensa mayoría de los más de 400 mil sacerdotes que tenemos actualmente en el mundo intentan vivir de acuerdo al modelo de Nuestro Señor Jesucristo, Buen Pastor.

Y aunque los años y décadas venideros se nos insinúan ya como muy complicados y plagados de retos, confiamos, como decía San Agustín, que Nuestro Señor nunca se olvidará de su rebaño y, por tanto, cuidará de que nunca falten en el mundo buenos pastores. Nosotros, mientras tanto, cumplamos con nuestra parte y sigamos orando a nuestro Dios: ¡Danos siempre Señor sacerdotes que sean como Jesús, Buen Pastor!