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¿Alguna vez te has preguntado realmente cuál es el pan que Jesús nos enseñó a pedir en el Padre nuestro?

El alimento de cada día, de hoy y de mañana; el alimento necesario que nos hace posesión suya, el alimento que nos diviniza y nos da la vida eterna es la Palabra de Dios que ha bajado del cielo.

¡Debemos alimentarnos de la Palabra eterna de Dios! Como dice el Concilio Vaticano II:

La Iglesia ha venerado siempre las Sagradas Escrituras al igual que el mismo Cuerpo del Señor, no dejando de tomar de la mesa y de distribuir a los fieles el pan de vida, tanto de la palabra de Dios como del Cuerpo de Cristo, sobre todo en la Sagrada Liturgia. 

(Dei Verbum, 21)

En la circunstancia actual en que estamos privados de los templos debido a la pandemia, vale la pena retomar el alimento espiritual, ese que Jesús nos enseñó a pedir en lo secreto de la oración, cuando dijo: “tú, en cambio, cuando ores, entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora a tu Padre, que está en lo secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te lo recompensará” (Mt 6,6), y  después: “orad así: Padre nuestro que estás en el cielo…” (Mt 6,9).

En esta maravillosa oración del Señor, la petición del “pan de cada día” implica mucho más de lo que solemos pensar, como veremos a continuación.

El siguiente texto es parte de un trabajo de investigación que se ha publicado en el libro «Y sobre esta Piedra». Se trata de una crítica textual sobre los más antiguos manuscritos griegos y arameos del evangelio de Mateo que conocemos hasta hoy, para aportar una interpretación lo más cercana posible al texto original, iluminada por la tradición semítica.

Quiero compartir contigo este pequeño fragmento en el que abordo Mt 6,11, para que recuerdes que tenemos un alimento espiritual, divino, de vida eterna, ahí en lo secreto de tu habitación, en el encierro.

Análisis de Mateo 6,11

Al avanzar seis capítulos en el evangelio mateano, después de las bienaventuranzas, se presenta una situación complicada en la antepenúltima petición de la oración del Señor: danos hoy nuestro pan de “cada día”.

La dificultad en la exégesis del pan de “cada día” radica, en primer lugar, en el esfuerzo del evangelista por plasmar en lengua griega las palabras arameas pronunciadas por Jesús; en segundo lugar, en cómo fue transcrita por los ebionitas en su versión caldea-aramea de Mateo y, por último, en cómo fue trasladada al hebreo y, a la postre, al latín, por los primeros cristianos.

Así pues, el autor del Mateo griego, al intentar traducir la expresión aramea que Jesús empleó al decir “danos hoy nuestro pan de cada día”, ideó y formó una nueva palabra, επιουσιον (epiousion), un término controvertido que sólo aparece en la oración del Padre nuestro (Mt 6,11; Lc 11,3) y que, según Orígenes (184–253 d.C.), no se usaba en el griego común (cf. De oratione II,27,7) sino que es propio de Mateo de quien, seguramente, Lucas lo toma prestado.

Desde el principio de la cristiandad ha sido difícil la interpretación del término επιουσιον (epiousion). En general, hay dos líneas etimológicas principales, por un lado, se propone que deriva de ἐπιοῦσα (epiousa), que significa “siguiente día”, es decir, “mañana” (Schökel, 1993), de ahí el sentido de “cada día” (Turrado, 1965) o “cotidiano” (Desclée de Brouwer, 1998).

«Nuestro pan cotidiano dánosle hoy» (Mt 6,11 Biblia de Jerusalén)

«Danos hoy el pan del mañana» (Mt 6,11 Biblia del Peregrino)

Pero otra postura, igual de antigua, expone que epiousion deriva de ἐπί (epi), que significa “en, sobre, encima de” y οὐσία(ousía), es decir, “substancia”[1]; de ahí que se pueda traducir como “sobre la substancia”, es decir, “por encima de la esencia o naturaleza” o bien “lo que le es propio o necesario para ser o existir”, “esencia necesaria para vivir”. En este sentido, se habla de un principio necesario de vida sobre-natural.

«Danos hoy el pan que necesitamos» (Mt 6,11, Biblia de América)

Lo cierto y de lo que no hay duda es que επιουσιον (epiousion) es el esfuerzo del autor sagrado por transmitir en lengua griega una expresión que Jesús pronunció en arameo. Pero ¿cuál? La pregunta no es nueva, sino que se remonta hasta los primeros destinatarios del Mateo griego. 

Tertuliano de Cartago (155-220 d.C.), padre de la Iglesia, escribió el más antiguo comentario al Padre nuestro del que se tiene conocimiento; lamentablemente, el original griego se perdió y solo se conserva una traducción latina de la edad media[2], donde se puede leer el siguiente texto[3]:

[…] aunque, “danos hoy nuestro pan cotidiano” lo deberíamos entender espiritualmente. Cristo es nuestro pan, porque Cristo es vida y el pan es vida. “Yo soy”, dice él, “el pan de vida”; y un poco más arriba: “el pan es la Palabra del Dios vivo que ha bajado del cielo”. Así, también, del pan obtenemos su Cuerpo: “Esto es mi cuerpo”. Por lo tanto, cuando pedimos el pan cotidiano, pedimos la eternidad en Cristo y no ser separados de su Cuerpo.

(Tertuliano, De Oratione 6,2) [4]

Si se lee con atención, aunque el traductor medieval escribió quotidianum, Tertuliano está usando la expresión επιουσιον (epiousion) en el sentido de sobre-substancial; identifica el pan directamente con la Palabra de Dios, con la eternidad, con lo divino. Así pues, el padre de la Iglesia norafricano le da al pan una dimensión sobrenatural: ya no es solo el pan del día siguiente, es el pan de vida eterna, es decir, Dios mismo. 

Después de Tertuliano, está el De Oratione de Orígenes (184-253 d.C.) en el que plantea ambas interpretaciones de manera imponente:

Consideremos ahora lo que significa epioúsion. Debemos conocer ante todo que la expresión «epioúsion» no la emplean ni los griegos ni los sabios, ni es de uso frecuente entre las gentes. Parece más bien haber tenido origen en los Evangelios. Al menos Mateo y Lucas lo usan en igual sentido.

[…] Algo parecido a la expresión «epioúsion» es lo que escribió Moisés cuando dice Dios: «Seréis mi propiedad (sogolla) personal entre todos los pueblos» (Ex 19,5). Me parece que estos dos términos se han formado de «ser» (ousía = sustancia). Lo referente al pan porque va unido a «ser», y lo otro porque significa al pueblo que habita en torno al «ser» y participa de él.

(Orígenes. De Oratione II,27,7b)[5]

Orígenes, en la misma línea de Tertuliano, centra su interpretación en la substancia, y pone las bases para una explicación que apunta al hebreo sogolla, “propiedad” (Ex 19,5), palabra que se hará común entre algunos judeocristianos para escribir el Padre nuestro en lengua hebrea. Continúa Orígenes:

Discurriendo sobre el «ser sustancia» con motivo del pan «sobre-sustancial» y de la gente que lo quiere poseer, concluimos que se pueden distinguir sustancias diferentes. Por lo dicho anteriormente queda demostrado que hemos de pedir el pan espiritual. Se deduce, pues, que sustancia y pan han de entenderse idénticos. El pan corporal que se da a la persona para alimentarse se identifica con ella. Así también «el pan vivo bajado del cielo» dado al alma y al espíritu comunica su poder a la persona que se alimenta con ello. De este modo el pan que pedimos será «sobre-sustancial» en el sentido de que ha de ser «para nuestra sustancia», pan sustancial. […] La persona al nutrirse se robustece de distinto modo según sea la calidad del alimento. […] Eso sucede con la palabra de Dios. Cada cual se nutre en la medida en que se dispone a sí mismo a recibir el poder de la palabra […] Y como el Verbo de Dios es inmortal comparte su propia inmortalidad con quien le come.

(Orígenes, De Oratione II,27,9)

Es interesante cómo Orígenes coincide con Tertuliano en la interpretación del pan espiritual antes que material. Ambos citan a Juan para señalar que la Palabra de Dios que bajó del cielo es el pan que debemos pedir, es decir, a Cristo. 

Orígenes hace otra analogía: así como el alimento se asimila y se convierte en uno mismo, el pan divino comunica su poder a quien se alimenta de él, en otras palabras, Cristo identifica consigo a quien lo recibe en el pan de su Palabra.  Pero atención, no se está hablando aquí, en un primer momento, de la Eucaristía, sino de la Palabra de Dios, que bajó del cielo y se hizo alimento espiritual, antes que alimento sacramental. De hecho, los destinatarios inmediatos de Mateo no conocían el relato del pan de vida porque el evangelio de Juan todavía no existía. Eso no niega, desde luego, que apunte a la Eucaristía como un misterio que se va develando y que los discípulos comprendieron tiempo después. Más adelante continúa Orígenes:

Quien participa del «pan sobre-sustancial para la propia sustancia» se fortalece en su corazón y viene a ser hijo de Dios. […] Un [alimento] destaca entre todos: «nuestro pan sobre-sustancial». Hay que orar para ser digno de él y que, alimentados por el Verbo que estaba con Dios ya en el principio (Jn 1,1) nos divinicemos (Sal 104,15; Stg 5,8; 1 Tes 3,13).

(Orígenes, De Oratione II,27,12-13)

¡Hijo de Dios! ¿Qué más grande que esto se puede ser? ¡partícipe de la naturaleza divina! ¡posesión suya! La persona se diviniza, concluye Orígenes, cuando se alimenta del Verbo de Dios, de la Palabra de Dios, de Cristo.

Hasta aquí, se plantea la interpretación del pan sobre-substancial[6]. Sin embargo, Orígenes continúa con una alusión a la otra línea interpretativa acerca del pan “del mañana” o “del futuro”:

Pero dirían algunos que el epioúsion «nuestro pan sobre-sustancial» se compone de «venir sobre» (epiefnai) de manera que se nos manda pedir el pan propio de nuestro futuro para que Dios nos lo de ahora anticipado. En consecuencia, el pan que nos será dado «mañana», por así decir, nos es anticipado «hoy», ya que el «hoy» significa el presente y «mañana» el mundo que ha de venir. Sin embargo, a mi juicio es mejor la primera interpretación.

(Orígenes, De Oratione II,27,13b)

A la explicación del “pan de mañana”, o “del siguiente día”, Orígenes le dedica un párrafo, pero la dota de un carácter escatológico. Sin embargo, este sentido escatológico del pan “del mundo venidero” puede ser obviado en la interpretación del pan sobre-substancial, del pan eterno; por lo tanto, en realidad, esta segunda postura a la que hace referencia Orígenes estaría implícita en la primera. Tal vez por eso termina diciendo que el pan sobre-substancial es la mejor interpretación. 

Ahora bien, una vez que el evangelio se propaga y llega al norte de África, a las comunidades colonizadas por Roma donde se hablaba el latín, los cristianos comienzan a esforzarse por traducir las Escrituras a su propia lengua. Ante la diversidad de traducciones y la necesidad de la formación del canon bíblico, el Papa san Dámaso I solicita a su secretario, el gran san Jerónimo (342-420 d.C.), la traducción de las Escrituras al latín, la cual se realizó desde la Septuaginta, pero después el Papa Dámaso le solicita una revisión a la luz de los textos hebreos, y entonces nace la Vulgata Latina.

Pues bien, san Jerónimo se esforzó en la traducción de Mt 6,11, y usó las siguientes palabras:

«panem nostrum supersubstantialem da nobis hodie»

(Mt 6,11, Vulgata Latina)

Él mismo, en su magistral comentario al evangelio de Mateo, explica: 

Lo que expresa la palabra supersubstantial está plasmado en el texto griego como “ἐπι-ούσιον” (epi-ousion). 

(Scheck, 2008)[7]

Luego, siguiendo la explicación de Orígenes, recurre a los traductores de la Septuaginta[8] para examinar el sentido que estos le dieron a sogolla, encontrando que, en todos los casos usaron otra palabra, περιούσιον (periousios), que significa “más que suficiente, especial, peculiar” (Liddell & Scott, 1940); por lo cual resulta muy poco probable que Mateo haya escrito επιουσιον (epiousion) como traducción griega de סְגֻלָּה (sogolla).

Así pues, Jerónimo observó que Mateo empleó un término griego diferente al de los setenta. Esto es desconcertante porque el evangelista suele apoyarse de la Septuaginta para mantener la esencia semítica en su texto griego. Por lo tanto, todo sugiere que סְגֻלָּה (sogolla) no corresponde al griego επιουσιον (epiousion).

Continúa, pues, san Jerónimo, en la búsqueda de sogolla, ahora recurriendo a los trabajos de Símaco (siglo II), un samaritano convertido al judaísmo, quien tradujo el Antiguo Testamento hebreo a un griego elegante y más literal que el de la Septuaginta. En su obra, Símaco tampoco utilizó el griego επιουσιον (epiousion), como esperaba encontrar Jerónimo, en cambio encontró ἐξαίρετον (exaíreton), “selecto” o “excepcional”; lo cual le permitió a san Jerónimo sostener la línea interpretativa que identifica el pan con Cristo, en armonía con los primeros comentaristas del Padre nuestro, desde Tertuliano, Orígenes, san Cipriano, Cirilo, san Gregorio, san Ambrosio y Teodoro de Mopsuestia, hasta san Juan Crisóstomo y san Agustín; todos ellos tenían claro que el Pan que se le pide a Dios es un pan excepcional, sobrenatural, divino, que se identifica con el mismo Cristo, Palabra eterna del Padre.

¿De dónde, pues, viene la traducción del pan “del día siguiente”, “del mañana”, “del futuro”? Continúa san Jerónimo:

En el evangelio que es llamado “según los hebreos”, encontré, en lugar de «pan supersubstancial», mhar, que significa “del mañana”. Así pues, el sentido es: “danos hoy nuestro pan del mañana”, es decir, del futuro. Podemos entender el «pan supersubstancial» en otro sentido: que está sobre todas las substancias y supera todas las creaturas. Otros lo piensan literalmente, de acuerdo con las palabras del apóstol cuando dice: «Teniendo comida y vestido, estamos contentos». Por lo tanto, los santos deben preocuparse sólo por la comida del día presente, por lo que se manda en lo que sigue: «No piensen en el mañana.»

(Scheck, 2008)

Por lo tanto, la raíz del problema se encuentra en la palabra aramea mhar (escrita en letras siriacas como ܡܚܪ, o en letras hebreas como מחר), que significa “mañana” o “siguiente día”. De tal manera pues, que la antigua interpretación del “pan de cada día” se remonta al texto arameo del “Evangelio según los hebreos”, autoría de los ebionitas que, empero, fue rechazado por prácticamente todos los Padres de la Iglesia.

El misterio, sin embargo, permanece. Se ha mostrado que la fuente de Mateo no es la palabra hebrea sogolla ni la aramea mhar, así que, seguramente, acudir al códice arameo de la Peshitta, el Khabouris y al códice hebreo de Du Tillet, aportará más luz a esta incógnita.

El versito en cuestión, en el Khabouris Codex, es el siguiente:

ܗܒ ܠܢ ܠܚܡܐ ܕܣܘܢܩܢܢ ܝܘܡܢܐ ܀ 

(Mt 6,11)

La transliteración de este texto arameo se puede leer como: hab lan lahma desunqanan yavmana.

ܣܘܢܩܢܐ (sunqana) significa “lo necesario”, “una fuente”, “más que suficiente” (Smith, 1903), hace alusión a lo “esencial”, es decir, necesario especialmente para subsistir, para vivir; en resumen, se puede referir a la vida, o más aún, la vida divina, pues el único ser necesario y principio vital es Dios. De manera que parece haber una innegable equivalencia entre el arameo ܕܣܘܢܩܢܢ (desunqanan), el griego επιουσιον (epiousion), y el latín supersubstantial, término usado por san Jerónimo cuatro siglos después para traducir el “pan de cada día”.

Otra posible luz en el misterioso pan de “cada día” la puede aportar el códice de Du Tillet, el cual transmite el pasaje de Mt 6,11 de la siguiente manera:

את לחמנו תמידי תן לנו היום

(Mt 6,11)

La transliteración de este texto hebreo se puede leer como: at lahmenu t’midi ten lánu ayom. Curiosamente, el Mateo hebreo presenta una palabra diferente, תמידי (t’midi), que significa “diario”, “continuo” o “eterno”. En este sentido, תמידי (t’midi) también está en sintonía con el latín supersubstancial en su acepción de “Dios eterno”, por lo tanto, el pan de “cada día”, para la tradición hebrea del Du Tillet, probablemente sea, más bien, el “pan eterno”, que suele traducirse como “pan diario”.

Pero realmente ¿qué dijo Jesús? Ese, seguramente, siempre será un misterio. Sin embargo, considerando el Khabouris y el Du Tillet, lo que sobresale es la esencia divina de la vida, así como la eternidad de Dios en la que esperamos participar como posesión suya. La lectura propuesta sería, pues:

Danos hoy nuestro pan de vida eterna (divina)

Es el mismo mensaje que, años más tarde, el evangelista Juan expresaría sistemáticamente como el “pan que baja del cielo, para que quien coma de él ya no muera.” (Jn 6,50); y “este es el pan que ha bajado del cielo: […] quien come este pan vivirá eternamente.” (Jn 6,58); y “el espíritu es el que da vida. […] Las palabras que yo os he dicho son espíritu y son vida.” (Jn 6,63); lo que está en perfecta sintonía con la interpretación del “pan supersubstancial” en toda la historia de la Iglesia a través de los siglos.

Por lo tanto, se puede concluir que Mateo intentó expresar en griego las palabras arameas de Jesús sobre el pan de vida eterna y divina, pero aún era muy temprano para comprenderlas, hasta que fueron, finalmente, desarrolladas en el evangelio de Juan. El pan que se pide en el Padre nuestro es, ergo, la Palabra de Dios que bajó del cielo y se hizo carne en el vientre de una mujer, María. Es Cristo mismo que se hace presente en el pan de la Palabra (la sagrada Escritura) y el pan de la Eucaristía.

El pan de vida eterna se refiere, pues, al alimento espiritual que Dios nos ofrece a través de su Palabra y de la comunión con Él en la eucaristía. Es un sustento que trasciende las necesidades físicas y nos nutre en lo más profundo de nuestro ser. Al pedir «Danos hoy nuestro pan de vida eterna», estamos reconociendo nuestra dependencia de Dios y nuestra necesidad de Su presencia en nuestras vidas. Es un recordatorio de que Dios es la fuente suprema de vida y que debemos buscarlo constantemente para encontrar plenitud y felicidad verdadera.


[1] oὐσία (ousía) deriva del participio de εἰμί (eimi) “ser, existir”, “yo soy”, o, cuando se refiere a Dios, “eterno”. Para Aristóteles, la “substancia primera” es el modo más propio para hablar del ser, como ser que existe, es decir, es la esencia por excelencia.

[2] La versión en latín del De Oratione, fragmento VI,2, se encuentra en el manuscrito Codex Agobardinus del siglo IX.

[3] “[…] quanquam PANEM NOSTRUM QUOTIDIANUM DA NOBIS HODIE spirita liter potius intellegamus. Christus enim panis noster est, quia vita Christus et vita panis: Ego sum, inquit, panis vitae: et paulo supra, Panis est sermo dei vivi qui descendit de caelis: tum quod et corpus eius in pane censetur, Hoc est corpus meum. itaque petendo panem quotidianum perpetuitatem postulamus in Christo et individuitatem a corpore eius.”. (Evans, 1953)

[4] Traducción propia del latín (Evans, 1953)

[5] (Apostolado Mariano. Orígenes, 1999)

[6] La traducción utilizada (Apostolado Mariano. Orígenes, 1999) utiliza el termino “sustancia” mientras que aquí se maneja “substancia”. En español, ambos son correctos; sustancia es el uso moderno y simplificado, mientras que substancia es el más cercano a su etimología, pero ha caído en desuso. 

[7] Traducción propia del inglés.

[8] “Los intérpretes de la Septuaginta frecuentemente tradujeron esta palabra por περιούσιον: «hemos examinado el hebreo y encontramos que en todos los casos escribieron περιούσιον, donde el hebreo dice sogolla”. (Scheck, 2008)