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“El recuerdo es el único paraíso del cual no podemos ser expulsados.” (Jean Paul) A unos días del 57 º aniversario del Seminario Conciliar de Ciudad Juárez, su onomástico es un pretexto para “festejar el aniversario de las pasiones”  que sigue suscitando el corazón de la diócesis.

Recuerdos y anécdotas son los invitados obligados en las reuniones de quienes hemos pasado por esta casa de formación. La broma que se vuelve realidad: “el seminario tiene un clima propio”. Cuantos pasos veloces dados en aquellos pasillos invernales que eran capaces de congelar hasta las ideas. Cuantas bromas gastadas guardan callados los azulejos y los ladrillos de los dormitorios.

“Comunas”, “tiendita”, “cuarto de juegos”, “boutique de don Pablo”, “portería”, “martes de burritos”, “capilla central” y la alegre noticia: “completas personales”: todas estas palabras son el elenco de una novela provincial que solo la vida cotidiana ahí dentro es capaz de otorgar sentido.

El Seminario es como un vientre materno que nos ve nacer, nos gesta e introduce a una vida libre, idílica. Vivir ahí dentro es poseer todo sin saberlo; el hechizo se rompe al salir y uno se da cuenta al correr de los días lo irreal y hermoso de esa vida en donde la oración, la comunidad y el estudio son los pilares de aquél ensueño.

Festejar la pasión de haber pertenecido a esta verdadera alma mater es hacer remembranza de aquellas noches en vela estudiando previo a exámenes semestrales, las sobremesas cargadas de leyendas y el olor a café en las comunas por las tardes previo a vísperas.

Ahí dentro se vuelve noticia casi cualquier evento extraño a lo cotidiano, por ejemplo, la visita de una persona externa, un vehículo varado en el lodo después de cada lluvia, un perro extraviado en el campo de fútbol y hasta la desbandada secreta al cine de unos compañeros y  su “captura” por parte del prefecto.

Otro osado vicio del seminarista es imitar graciosamente las muletillas de los sacerdotes formadores, los ingeniosos apodos y “memes” hechos, que tantas carcajadas producen esas pequeñas irrupciones de novedad en esa bella vida monótona.

Las solemnes misas en la majestuosa capilla Central con sus variadas y nunca oficiales explicaciones del retablo, el misterio de no poder ubicar aún la primera piedra de construcción, el mito siempre mutable de por qué no se ubicó en un primer momento un cuadro de la Virgen de Guadalupe en la capilla, son todos estos los temas que se respiran en el ambiente de dicho lugar.

Los tiempos litúrgicos se saborean, uno puede iniciar cuaresma con la esperanza de ser enviado a una parroquia y vivir la Semana Santa. Pentecostés significa el regreso al ciclo escolar, Adviento y Navidad tienen un sabor cargado a vacaciones y familia. Los tiempos ordinarios son vividos como largos y familiares.

Y cuando pasan los años y se acumulan los recuerdos como historia oral de tantas generaciones que hemos pasado por ahí, es cuando uno se da cuenta de ese bello paraíso del cual nunca seremos desterrados mientras podamos reunirnos cual obreros para edificar juntos ese Seminario que llevamos en el corazón.

(Esta bóveda de memorias fue erigida canónicamente el 8 de septiembre de 1963 con 52 alumnos y 4 sacerdotes.)