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Cuando Jesús se presenta ante Simón Pedro, luego que éste lo haya negado tres veces, le interroga, a su vez, tres veces acerca del amor que le profesaba a él. ¿Me quieres? ¿Me amas? ¿Me amas más que éstos? La respuesta de Pedro no vaciló en esta ocasión, ¡tú sabes que te amo! ¡tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero! Y así, aquél pescador de Galilea que, dominado por el miedo, había negado a Jesús delante de los hombres, ahora con un corazón firme y una fe inquebrantable, haciendo honor a su nuevo nombre, Roca, se levanta restituido por el amor de Cristo, con la triple afirmación de Jesús que marcarían su vida, y la de todos: apacienta mis corderos; pastorea mis ovejas; apacienta mis ovejas.

Hace unos años, intercambiando mensajes con Agustín Pérez, columnista de “El Heraldo de Chihuahua”, me comentaba que debía prestar especial atención a ese pasaje. Pues, en efecto, es importante saber que, cuando el texto del manuscrito griego habla de pastorear, utiliza la expresión “ποιμαινε”, que, en griego, significa gobernar con autoridad. Esa es la razón por la cual, por ejemplo, Mateo comienza su segundo capítulo con esta profecía:

“y tú, Belén, tierra de Judá, de ningún modo eres la menor entre las grandes ciudades de Judá; porque de ti saldrá un jefe que gobernará [ποιμαινε] a mi pueblo Israel” (Mt 2,6)

y, en Apocalipsis, se lee:

“Y dio a luz un hijo varón, el que ha de regir [ποιμαινε] a toda las naciones con vara de hierro” (Ap 12,5).

Gobernar, regir, pastorear… funciones propias de Cristo Jesús, son delegadas, por él mismo, a Simón Pedro. ¿Realmente queremos que Cristo reine en el mundo, en nuestros corazones? ¿Queremos que Cristo gobierne en nuestra sociedad? Pues, entonces, debemos creer en la autoridad del Papa y ofrecerle especial obediencia, por ser sucesor de Pedro y vicario de Cristo en la tierra.

Sin embargo, es innegable que, al día de hoy, nuestra cultura es anti-autoridad; se nos enseña a ser rebeldes, a ir contracorriente, contra la ley natural y la ley divina. Se nos dice que somos los dueños del bien y del mal, repitiendo el mismo error que Adán y Eva.  Quitamos a Dios de nuestras familias, de nuestras estructuras sociales, de nuestra vida… y quitamos, así, el problema del bien y del mal. Desobedecemos todos los principios vitales, y creemos que así somos modernos, progresistas, superiores.

Y aún más lamentable, este humo de desobediencia se ha infiltrado también entre los cristianos. Los “católicos” que desobedecen abiertamente al Papa tienen un serio problema con la Sagrada Escritura, que dice en boca de San Pablo:

“sométanse todos a las autoridades constituidas, pues no hay autoridad que no provenga de Dios, y las que existen, por Dios han sido constituidas” (Rm 13,1).

La Tradición de la Iglesia, que algunos alegan defender como justificante de su rechazo a la autoridad del Papa, no enseña a desobedecer, sino que

“una sola causa tienen los hombres para no obedecer: cuando se les exige algo que repugna abiertamente al derecho natural o al derecho divino. Todas las cosas en las que la ley natural o la voluntad de Dios resultan violadas no pueden ser mandadas ni ejecutadas” (DIUTURNUM ILLUD, 11).

Fuera de eso, la Iglesia enseña a someterse en obediencia a las autoridades instituidas por Dios.

Exhorto, pues, a todos aquellos que se dicen católicos, pero niegan la autoridad del Papa, a regresar al redil del pastoreo (gobierno) petrino, por amor a Dios y la salvación de los hombres.